«Para Madre Teresa, servir a los
pobres era siempre tocar a Jesús»
Hna. M. do Carmo
Superiora Provincial de las Misioneras de la Caridad
en Europa Occidental
Hna. M. do Carmo, superiora provincial de las
Misioneras de la Caridad en Europa Occidental.
Como la levadura en medio de la masa, sumergidas en los rincones más oscuros y pobres de la sociedad, las
Misioneras de la Caridad se mantienen fieles al carisma recibido por Madre Teresa de Calcuta. Su testimonio sigue
queriendo ser hoy el del amor en acción, el de la caridad que todo lo soporta, con un espíritu de sacrificio y pobreza
radicales.
Así lo expresó recientemente en Sant Cugat la Hna. M. do Carmo, m.c., superiora provincial de las Misioneras de
Caridad en Europa occidental, invitada como ponente por la diócesis de Terrassa en las I Jornadas Transmet.
La madre Mary Prema, actual superiora general de las Misioneras de la Caridad, ha asistido recientemente
al Sínodo de Obispos como observadora.
¿Qué se sienten llamadas a aportar las hermanas en el marco de la nueva evangelización?
Misioneras de la Caridad |
servicio de los más pobres entre los pobres, en fidelidad a lo que el Santo Padre y la Iglesia nos pide.
En nuestra vida, la fe no es sólo aquello en lo que creemos,
sino que es también la manera como lo vivimos.
Es lo que intentamos hacer: vivir nuestro carisma, nuestro lugar en la Iglesia, con fidelidad a Dios.
¿Qué tiene su carisma que es tan atrayente?
Es verdad que desde el comienzo de las obras de caridad de la Madre Teresa la gente se ha sentido atraída y ha querido conocer a la Madre. Pero también ha querido compartir su trabajo en Calcuta y en todo el mundo.
La misma Madre Teresa, en toda su humildad, contaba
algunas anécdotas de personas que iban a verla para compartir su trabajo, atraídas, muchas veces sin darse cuenta, por la fuente de ese maravilloso amor.
Una de ellas que fue a visitar Khalighat, el lugar de los moribundos, salió de allí diciendo:
«Vine sin Dios y ahora me voy con Dios.»
Entre los voluntarios de las Misioneras, sin embargo, también hay muchos no creyentes y fieles de otras religiones. ¿Por qué acuden?
Porque quieren servir a Dios a su manera y han encontrado que mediante el sacrificio y la oración lo pueden hacer.
Y vienen a darse a los más pobres de entre los pobres, sobre todo en la India, donde tocar a los moribundos es algo
impensable.
Hay jóvenes que vienen y simplemente dan de comer a Jesús en el hambriento, le visten en el desnudo y le cuidan en el enfermo y en el encarcelado.
Porque en nuestra congregación sólo hacemos esas sencillas tareas.
Tareas sencillas, pero realizadas «con el mayor amor», como pedía Madre Teresa. Para la Madre Teresa, servir a los
pobres era siempre tocar a Jesús. Por eso no llamó nunca a los demás a hacertrabajo social, nunca buscó la eficacia
y el éxito.
A una de sus primeras colaboradoras en Inglaterra le dijo que no estaba buscando gente que le pudiera dar dinero o ayuda material sino personas que quisieran ofrecer el don más preciado de todos: ellos mismos.
¿Qué importancia tiene el espíritu de sacrificio y de pobreza en sus vidas?
Madre Teresa nos decía con mucha sencillez que el sacrificio es la sal de nuestra vida, de nuestra congregación.
Y sin sal, sin sacrificio, nuestra vida no tiene sabor.
Es cierto que el mundo de hoy no quiere sacrificios, por eso
también le cuesta entender el espíritu que la Madre nos dejó.
No podemos entender a los pobres si nosotros mismos
no sufrimos, no vivimos un espíritu de sacrificio y de pobreza.
Al mismo tiempo, la pobreza no sólo nos hace igual a los
pobres, sino que nos enseña a confiar completamente en Jesús.
¿De dónde sacaba aquella pequeña mujer toda la fuerza que desplegó durante su vida?
Madre Teresa, siempre que podía, compartía con la gente su trabajo con alegría y sencillez, revelando la fuerza
interior que lo motivaba.
Ella nos decía:«No podemos hacer lo que hacemos
sin oración.
La oración es la verdadera vida de unión con Jesús.
El fruto de la oración es la fe.
El fruto de la fe es el amor.
El fruto del amor es el servicio y, por lo tanto, para vosotras y para mí la oración es tan necesaria como respirar,
como la sangre para el cuerpo, como todo aquello que nos mantiene vivos.
Pienso que si nuestras vidas no están verdaderamente entrelazadas con la Eucaristía no podemos amarle con un
amor total.
Ésta es la razón por la cual optamos por ser pobres, para
podernos sentir libres y obtener un corazón puro. Porque sólo un corazón puro puede ver a Dios.»
Las cartas privadas de Madre Teresa, publicadas tras su muerte, nos han descubierto una vida interior del todo inesperada.
En realidad conocíamos muy poco de la profundidad de la fe de Madre Teresa, de su vida interior en la oscuridad
y dolor.
La Madre protegió bien este santuario interior, en el cual la
experiencia de la dolorosa sed de Jesús la identificó tan íntimamente con aquel que la llamó a servirle en los más pobres entre los pobres.
La oscuridad de la fe que experimentó hasta el final de su vida hizo que se convirtiera en icono viviente de la fe de Jesús, de su anhelo de amar y ser amado. Dios sumió a la Madre en esta tremenda experiencia de ausencia de Dios, que es lo que es el pecado, para permitir que compartiera su obra de redención.
Los medios de comunicación dieron a conocer al mundo el radiante rostro de la Madre Teresa, siempre sonriente,
sus manos unidas en oración o en acción sirviendo a los pobres: un icono de la caridad.
Sus cartas privadas revelan que detrás de su radiante sonrisa se escondía una lucha interior con su esposo
crucificado.
Incluso llegó a afirmar que no tenía fe.
Es verdad que Madre Teresa dijo que no tenía fe. No
obstante, continuó hablando íntimamente con Jesús
y queriendo darle todo, manteniendo la promesa de nunca
negarle nada.
La Madre escribió:
«Jesús, escucha mi oración. Si esto se complace, si mi dolor
y mi sufrimiento, mi oscuridad y mi separación, te dan una gota de consuelo, Jesús mío, haz conmigo lo que quieras el tiempo que tú quieras, sinuna sola mirada hacia mis sentimientos y mi dolor.
Jesús, te pertenezco. Imprime en mi alma y en mi vida los sufrimientos de tu corazón. No te preocupes por mis sentimientos. No te preocupes ni siquiera por mi dolor.
Si mi separación de ti lleva a otros a ti, y en su amor y compañía, encuentras alegría y placer, entonces Jesús estoy dispuesta con todo mi corazón a sufrir todo lo que sufro, no sólo ahora, sino por toda la eternidad, si esto fuera
posible. Tu felicidad es lo único que quiero. Por lo demás, por favor, no te molestes, incluso si me ves desmayar de
dolor.
Es mi voluntad. Quiero saciar tu sed con cada gota de sangre que puedas encontrar en mí.»
Sus palabras y su experiencia son de una crudeza sobrecogedora. ¿Cómo pudo soportarlo?
En esta experiencia de oscuridad y de ausencia de consuelo sensible, la fe de Madre Teresa creció cada vez más fuerte
y profunda.
Es posible ver en la Madre, al compartir la fe de Jesús, la fuente de su amor en acción, su tremenda facilidad para amar a cada uno con un amor personal, como Dios nos amó.
En 1961 escribió a su director espiritual: «Cuando el dolor de este anhelo es tan grande, simplemente deseo y deseo a Dios. Y es cuando siento que Él no me quiere, que no está allí. Sin embargo, en algún lugar en lo profundo de mi corazón, ese anhelo de Dios sigue abriéndose paso
en la oscuridad.
Cuando estoy fuera en el trabajo, o cuando estoy ocupada en encontrar a la gente, hay una presencia de alguien viviendo muy cerca, en mí.»
La fuerza de la fe de la Madre viene de la fuerza de su amor. Un amor que esa prueba no puede destruir. Al contrario,
lo aumentaba.
Es por eso que podemos entender las palabras que a Madre Teresa le gustaba decir: «Ama hasta que te duela.»
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