SAN AGUSTIN

¿Cómo aprender Humildad? ¡Sólo con humillaciones!
(Beata Teresa de Calcuta)

...Llenaos primero vosotros mismos; sólo así podréis dar a los demás. (San Agustín)

Dios no pretende de mí que tenga éxito. Sólo me exige que le sea fiel.
(Beata Teresa de Calcuta)

GOTA

... lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota.
(Beata Teresa de Calcuta)

Contento, Señor, Contento (San Alberto Hurtado)

...y ESO ES LA SANTIDAD, DEJAR QUE EL SEÑOR ESCRIBA NUESTRA HISTORIA... (Papa Francisco)

«No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera...».
(Santa Ángela de la Cruz)

Reconoce cristiano, tu dignidad, que el Hijo de Dios se vino del Cielo, por salvar tu alma. (San León Magno)

domingo, 22 de diciembre de 2013

IV DOMINGO DE ADVIENTO CICLO A

Del Evangelio según san Mateo 1, 18-24 

La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados." Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros." Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. 



o en el cuarto domingo del ciclo A, la liturgia de la Iglesia, siguiendo al 
evangelista san Mateo, se fija más en san José, el esposo de María y el padre 
adoptivo de Jesucristo, el que tuvo la delicada tarea de ser el custodio de la 
Sagrada Familia y el padre en la tierra del mismísimo Hijo de Dios. Por eso, le 
dedicamos a él que, podemos decir, es la cuarta figura del Adviento, puesto que le 
tocó ser el esposo de María y el responsable de esta peculiar familia, el varón 
justo que, junto a María, recibieron con amor al Hijo de Dios en la tierra. 

El texto del Evangelio de san Mateo, nos cuenta de la concepción virginal de 
Cristo, por obra del Espíritu Santo, estando desposada María con José. Él, siendo 
un hombre recto, y sin querer denunciarla, decide dejarla en secreto. Estaba 
pensando en esto, cuando un ángel del Señor le comunica que el niño que ella va 
a tener, viene del Espíritu Santo. Que a él le tocará darle por nombre Jesús, 
porque será el Salvador de su pueblo. Que lo ocurrido estaba vaticinado por el 
profeta Isaías, que decía que una virgen daría a luz un hijo, llamado Emanuel. Y, 
siendo así, José se llevó a casa a su mujer (Mt 1,18-24). 

Así, como vemos o leemos el texto, nos da la impresión que José no sabía para 
nada del embarazo de María. Podemos imaginar las dudas, el sufrimiento de 
saber que aquel niño no era suyo y, por otra parte, sin duda alguna de la 
integridad de su esposa. Estaba ante un acontecimiento que no entendía... A lo 
mejor se preguntaría ¿Si su mujer sería una adúltera? ¡El castigo que le esperaba, 
según la ley! (Dt 22,23-24) ¡El divorcio era mejor que la muerte! (Mt 1,19). En la 
película “Jesús de Nazareth”, de Franco Zeffirelli, se presenta a Yorgo Voyagis, el 
actor que hace las veces de José, teniendo pesadillas, pues ve en sueños a María 
siendo apedreada por su infidelidad, según lo establecido en la ley...(sabemos que 
no fue así).  
Los desposorios de José y María 

Pero si leemos el texto bíblico en el ambiente en que nace y lo analizamos con 
calma, las cosas pudieron ser de otro modo. Lo primero que dice el texto, es que 
María estaba “desposada con José” Los desposorios judíos eran todo un 
compromiso, un tiempo que duraba un año aproximadamente, antes de celebrarse 
el matrimonio como tal. Era un compromiso formal y jurídico, en el que la 
muchacha quedaba consagrada para siempre a su prometido, debido a la corta 
edad de los jóvenes requerida al casarse (13 años para ella y 18 años para él, una 
edad muy temprana, como vemos). 

De tal manera que a los novios comprometidos se les consideraban verdaderos 
esposos, a tal punto que si ella se acostaba con otro hombre, era adúltera, o si el 
novio se le moría, se le consideraba viuda... o viceversa. Terminado este año “de 
los desposorios”, los jóvenes se casaban “con todas las de ley”, con la ceremonia 
propia del matrimonio judío. 

El matrimonio judío constaba, pues, de dos partes: el desposorio y el matrimonio, 
ya cuando los esposos se iban a vivir como casados... Aún más, la ley judía no 
veía tan severamente que estos “novios- esposos”, eventualmente tuvieran 
relaciones íntimas, como si fuera un pecado grave imperdonable, entre el 
desposorio (tiempo intermedio) y el matrimonio, porque estaban “casi” casados. Y 
si nacía un hijo de esta relación, se le consideraba hijo legítimo, por la ley. Viendo 
estas costumbres, entenderemos mejor que María quedó embarazada del Espíritu 
Santo, en el tiempo de sus desposorios con José (Mt 1,18-19). 

San José lo sabía todo... 

Ahora bien, creemos que san José conocía bien lo que estaba sucediendo con 
María, porque Ella misma se lo comunicó, pues no existen razones serias para no 
hacerlo, máxime si estos esposos no tenían secretos que esconder y porque la 
Virgen María no se iba a quedar, como decimos nosotros, “con abejón en el 
buche”, es decir, que Ella se lo dijo todo a José y no se guardó este secreto tan 
delicado e importante para sí sola... Lo normal, pues, era comunicárselo a su 
esposo. José estaría enterado y al corriente del embarazo divino de su mujer. 
Entonces ¿por qué duda, siendo justo, como dice san Mateo? 

La duda de José no fue acerca de la culpabilidad o inocencia de María, sino sobre 
el papel que él personalmente, tenía que asumir en esta situación. De allí que, 
para él, lo justo es dejarla, porque Dios se había fijado en Ella, pese a que era su 
mujer también. ¿Cómo competir con Dios por el amor de su esposa? ¿Podía tener 
al mismo Dios como contrincante? Pues no. Tampoco él podría apropiarse de un 
hijo que no le pertenecía, sino que era de Dios. Eso hubiera sido una injusticia. 

 Por eso, es que decide dejar a María. Siendo un hombre justo, no queriendo 
adueñarse de un hijo que no era suyo, y viendo que Dios había elegido a la misma 
mujer, para que el mundo se salvara por medio de la concepción y nacimiento de 
Cristo, resuelve dejar libre a María de su compromiso (dejarla en secreto 
divorciándose), para que Ella haga su vida y quedara libre de él. No quiere 
interponerse entre Dios y María. 

Estaba pensando en eso, cuando recibe el anuncio del ángel del Señor, que le 
dice que no tenga miedo (es decir, escrúpulos) en recibir a María, su mujer, es 
decir, celebrar el matrimonio como tal, después del tiempo de los desposorios y 
hacerse cargo del niño Jesús (ponerle nombre), indicando con eso que es su 
padre aquí en este mundo y que Dios se lo confía. 

En otras palabras, Dios Padre le pide a José que se quede con María, que se case 
con Ella y que sea padre de Jesús, pues estaba dentro de sus planes de 
salvación, que él no debía quedarse por fuera. Máxime que, siendo de la familia o 
la dinastía del rey David, al adoptar a Jesús como hijo, automáticamente el Hijo de 
Dios pasaba a formar parte de la familia de David, ser su descendiente, su retoño, 
y nacer de este linaje, como “hijo de David” también (Mt 1,1-17) 

De manera que la forma adecuada y correcta de traducir este pasaje es así: “José, 
no tengas miedo en tomar contigo a María como esposa, porque (si bien) lo que 
ella ha concebido viene del Espíritu Santo, dará a luz un hijo, a quien pondrás por 
nombre Jesús...” (Mt 1,20-21). Por lo tanto, lo que el ángel le informa o le anuncia, 
no es el origen divino del niño, cosa que ya él sabía por boca de María, sino que él 
debe quedarse con María y hacerse cargo de Jesús, cosa que todavía no sabía. 

Así, José estará ya tranquilo y, de seguro, contentísimo de ser el padre de Jesús. 
Papel que asumió con toda cabalidad, responsabilidad y cariño, como el mejor 
padre que Jesús pudo tener y como tantos niños y niñas sueñan tener en este 
mundo... O como tantas esposas desean tener: un modelo de esposo, hombre 
bueno y justo, responsable y más que bueno. Así fue José... Se lo merecían María 
y Jesús. 

San José hoy 

Estamos en la Iglesia en deuda con san José. La liturgia sólo le celebra dos 
fiestas: el 19 de marzo y el 1 de mayo. Es poco de lo que se habla de él. Algunos 
cuadros y pinturas lo presentan como una persona de edad avanzada, con una 
varita de azucenas en la mano, cosa que no fue cierta, pues fue un hombre joven, 
esposo de María, judío descendiente de David, de profesión carpintero y un 
hombre justo, es decir, que cumplía con la voluntad de Dios que se manifestaba 
en la Ley. Su santidad tenemos que descubrirla, en la doble misión para la cual 
Dios lo tenía destinado: la paternidad legal respecto de Jesús y su condición de 
esposo de María. 
 Fue un hombre normal, trabajador, humilde, responsable, entregado a su hogar, a 
cuidar de su mujer María y de su Hijo, a los que amó como esposo y padre 
respectivamente, en el hogar de Belén y Nazaret. Un hombre que se santificó en 
el matrimonio, y en el que Dios supo confiar lo más grande y amado que Él tiene: 
a su Hijo. Mucho nos puede enseñar hoy, en especial, a los matrimonios y a las 
familias, este hombre humilde, sencillo, justo y trabajador... Más en este Adviento, 
porque también, junto con su esposa María y con su pueblo Israel, él supo 

aguardar con esperanza los tiempos de la salvación que llegaron con Cristo. 

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