SAN AGUSTIN

¿Cómo aprender Humildad? ¡Sólo con humillaciones!
(Beata Teresa de Calcuta)

...Llenaos primero vosotros mismos; sólo así podréis dar a los demás. (San Agustín)

Dios no pretende de mí que tenga éxito. Sólo me exige que le sea fiel.
(Beata Teresa de Calcuta)

GOTA

... lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota.
(Beata Teresa de Calcuta)

Contento, Señor, Contento (San Alberto Hurtado)

...y ESO ES LA SANTIDAD, DEJAR QUE EL SEÑOR ESCRIBA NUESTRA HISTORIA... (Papa Francisco)

«No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera...».
(Santa Ángela de la Cruz)

Reconoce cristiano, tu dignidad, que el Hijo de Dios se vino del Cielo, por salvar tu alma. (San León Magno)

martes, 11 de octubre de 2016

SAN JUAN XXIII



La Iglesia, madre amantísima de todos
San Juan XXIII, papa
De los «Discursos» de san Juan XXIII, papa (Solemne apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, 11 de octubre de 1962: AAS 54 [1962] 786-787. 792-793)
La Iglesia se alegra hoy porque, gracias al don especial de Dios, ha llegado el día tan deseado. En él, bajo la protección de la Virgen, Madre de Dios, cuya fiesta de la Maternidad divina hoy celebramos, aquí junto al sepulcro de San Pedro, se inaugura solemnemente el Concilio Ecuménico Vaticano II.
Los problemas e interrogantes planteados al género humano apenas han cambiado después de casi veinte siglos. Jesucristo ocupa siempre el centro de la vida y de la historia. Si los hombres se adhieren a él y a su Iglesia, gozan así de los bienes de la luz, de la bondad, del orden y de la paz. Por el contrario, si vienen sin él u obran contra él y permanecen voluntariamente fuera de la Iglesia, entonces reina entre ellos la confusión, se endurecen las relaciones humanas y amenaza el peligro de sangrientas guerras.
Al comienzo del Concilio ecuménico Vaticano II queda claro como nunca que la verdad del Señor permanece para siempre. Vemos ciertamente, al pasar los siglos, que las inseguras opiniones de los hombres se excluyen unas a otras y que los errores, apenas surgidos, se desvanecen a menudo enseguida como una niebla expulsada por el sol.
La Iglesia se opuso siempre a estos errores y a menudo incluso los condenó con gran severidad. En nuestro tiempo, la Iglesia de Cristo prefiere emplear la medicina de la misericordia y o empuñar las armas de la severidad. Ella cree que, en vez de condenar, hay que responder a las necesidades actuales explicando mejor la fuerza de su doctrina. No es que hoy falten doctrinas y opiniones falsas y peligros que hay que prevenir y apartar. Sin embargo, todo esto está muy claramente contra los rectos principios de la honradez y ha producido frutos muy funestos. Por eso parece que los hombres de hoy comienzan ellos mismos a condenar, sobre todo, aquellas formas de vida que no tienen en cuenta a Dios y sus leyes, la excesiva confianza en los progresos de la técnica o un progreso basado únicamente en el bienestar. Cada vez se reconoce más que la dignidad de la persona humana y su adecuado perfeccionamiento es algo muy valioso, pero difícil de lograr. Lo más importante es que finalmente se ha aprendido por experiencia que la violencia externa impuesta a los demás, la fuerza de las armas y el poder político no son capaces de resolver los graves problemas que angustian a los hombres.
En esta situación, la Iglesia católica, al levantar la antorcha de la verdad religiosa mediante este Concilio ecuménico, quiere mostrarse madre amantísima de todos, llena de bondad y de paciencia, movida también de misericordia y de compasión para con los hijos separados de ella. A la humanidad, sumergida en tantas dificultades, le dice lo que un día Pedro al paralítico que le pedía limosna: No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda. A los hombres de nuestro tiempo la Iglesia no les da riquezas perecederas ni les promete una felicidad simplemente terrena. Les reparte, sin embargo, los bienes de la gracia sobrenatural, que, al elevarlos a la dignidad de hijos de Dios, sirven de defensa y ayuda para hacer su vida más humana. Les abre las fuentes de su rica doctrina, con la cual los hombres, iluminados con la luz de Cristo, son capaces de comprender a fondo lo que verdaderamente son, su excelsa dignidad y el fin que deben buscar. Finalmente, la Iglesia, por medio de sus hijos, ensancha en todas las partes las dimensiones de la caridad cristiana, que es lo más adecuado para arrancar las semillas de las disensiones y lo más eficaz para impulsar la concordia, la paz justa y la unidad fraterna de todos.
R/. Dijo Jesús a Simón: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.» «Y el poder del infierno no la derrotará.»
V/. Dios la ha fundado para siempre.
R/. «Y el poder del infierno no la derrotará.»
Final

Oremos:

Dios todopoderoso y eterno, que en san Juan, papa, has hecho resplandecer ante el mundo la imagen viva de Cristo, Buen Pastor, concédenos, por su intercesión, manifestar con gozo la plenitud de la caridad cristiana. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.


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