SAN AGUSTIN

¿Cómo aprender Humildad? ¡Sólo con humillaciones!
(Beata Teresa de Calcuta)

...Llenaos primero vosotros mismos; sólo así podréis dar a los demás. (San Agustín)

Dios no pretende de mí que tenga éxito. Sólo me exige que le sea fiel.
(Beata Teresa de Calcuta)

GOTA

... lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota.
(Beata Teresa de Calcuta)

Contento, Señor, Contento (San Alberto Hurtado)

...y ESO ES LA SANTIDAD, DEJAR QUE EL SEÑOR ESCRIBA NUESTRA HISTORIA... (Papa Francisco)

«No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera...».
(Santa Ángela de la Cruz)

Reconoce cristiano, tu dignidad, que el Hijo de Dios se vino del Cielo, por salvar tu alma. (San León Magno)

sábado, 8 de octubre de 2016

SAN GREGORIO MAGNO y LA RESPONSABILIDAD DE LOS OBISPOS


Nuestro ministerio pastoral
San Gregorio Magno
Homilías sobre los evangelios 17,3.14
Escuchemos lo que dice el Señor a los predicadores que 
envía a sus campos: La mies es abundante, 
pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor 
de la mies 
que mande trabajadores a su mies. Por tanto, para una 
mies abundante son pocos los trabajadores; al escuchar 
esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza, 
porque hay que reconocer que, si bien hay personas 
que desean escuchar cosas buenas, faltan, en 
cambio, quienes se dediquen a anunciarlas. 

Mirad cómo el mundo está lleno de sacerdotes, 
y, sin embargo, es muy difícil encontrar un trabajador 
para la mies del Señor; porque hemos recibido el 
ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los 
deberes de este ministerio.
Pensad, pues, amados hermanos, pensad bien en lo que 
dice el Evangelio: Rogad al Señor de la mies que 
mande trabajadores a su mies. Rogad también por 
nosotros, para que nuestro trabajo en bien vuestro sea              fructuoso y para que nuestra voz no deje nunca de 
exhortaros, no sea que, después de haber 
recibido el ministerio de la predicación, seamos 
acusados ante el justo Juez por nuestro silencio. 

Porque unas veces los predicadores no dejan oír su 
voz a causa de su propia maldad, otras, en cambio, 
son los súbditos quienes impiden que la palabra de 
los que presiden nuestras asambleas llegue al pueblo.

Efectivamente, muchas veces es la propia maldad 
la que impide a los predicadores levantar su voz, 
como lo afirma el salmista: Dios dice al pecador: 
«¿Por qué recitas mis preceptos?» 

Otras veces, en cambio, son los súbditos quienes 
impiden que se oiga la voz de los predicadores, 
como dice el Señor a Ezequiel: Te pegaré la 
lengua al paladar, te quedarás mudo y no podrás 
ser su acusador, pues son casa rebelde. Como si 
claramente dijera: «No quiero que prediques, 
porque este pueblo, con sus obras, me irrita hasta 
tal punto que se ha hecho indigno de oír la exhortación 
para convertirse a la verdad.» 
Es difícil averiguar por culpa de quién deja de llegar al 
pueblo la palabra del predicador, pero, en cambio, 
fácilmente se ve cómo el silencio del predicador 
perjudica siempre al pueblo y, algunas veces, 
incluso al mismo predicador.
Y hay aún, amados hermanos, otra cosa, en la vida 
de los pastores, que me aflige sobremanera; pero, 
a fin de que lo que voy a decir no parezca injurioso 
para algunos, empiezo por acusarme yo mismo de que, 
aun sin desearlo, he caído en este defecto, arrastrado
sin duda por el ambiente de este calamitoso tiempo 
en que vivimos.
Me refiero a que nos vemos como arrastrados a vivir de 
una manera mundana, buscando el honor del 
ministerio episcopal y abandonando, en cambio,
las obligaciones de este ministerio. 
Descuidamos, en efecto, fácilmente el ministerio 
de la predicación y, para vergüenza nuestra, 
nos continuamos llamando obispos; nos place el prestigio
que da este nombre, pero, en cambio, no poseemos la 
virtud que este nombre exige. 
Así, contemplamos plácidamente cómo los que están 
bajo nuestro cuidado abandonan a Dios, y nosotros
no decimos nada; se hunden en el pecado, y nosotros 
nada hacemos para darles la mano y sacarlos del abismo.

Pero, ¿cómo podríamos corregir a nuestros 
hermanos, nosotros, que descuidamos incluso nuestra 
propia vida? 

Entregados a las cosas de este mundo, nos vamos 
volviendo tanto más insensibles a las realidades del 
espíritu, cuanto mayor empeño ponemos en interesarnos
por las cosas visibles.
Por eso, dice muy bien la Iglesia, refiriéndose a 
sus miembros enfermos: Me pusieron a guardar sus viñas;
y mi viña, la mía, no la supe guardar. 
Elegidos como guardas de las viñas, no custodiamos ni 
tan sólo nuestra propia viña, sino que, entregándonos
a cosas ajenas a nuestro oficio, descuidamos los deberes 
de nuestro ministerio. 

La mies es abundante, y los obreros pocos:rogad, pues,
al dueño de la mies que mande obreros a su mies
Pueblo suyo, confiad en él, desahogad ante él, 
vuestro  corazón. Que mande obreros a su mies.

Final

Oremos:

Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso 
desbordas los méritos y deseos de los que te 
suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, 
para que libres nuestra conciencia de toda inquietud 
y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos 
a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que 
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo 
y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

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