SAN AGUSTIN

¿Cómo aprender Humildad? ¡Sólo con humillaciones!
(Beata Teresa de Calcuta)

...Llenaos primero vosotros mismos; sólo así podréis dar a los demás. (San Agustín)

Dios no pretende de mí que tenga éxito. Sólo me exige que le sea fiel.
(Beata Teresa de Calcuta)

GOTA

... lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota.
(Beata Teresa de Calcuta)

Contento, Señor, Contento (San Alberto Hurtado)

...y ESO ES LA SANTIDAD, DEJAR QUE EL SEÑOR ESCRIBA NUESTRA HISTORIA... (Papa Francisco)

«No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera...».
(Santa Ángela de la Cruz)

Reconoce cristiano, tu dignidad, que el Hijo de Dios se vino del Cielo, por salvar tu alma. (San León Magno)

domingo, 17 de abril de 2016

JESÚS, EL BUEN PASTOR. REGINA COELI CON EL PAPA FRANCISCO 17.4.16





Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (Jn 10,27-30) nos ofrece algunas expresiones pronunciadas por Jesús durante la fiesta de la dedicación del templo de Jerusalén, que se celebraba al final de diciembre. Él se encuentra precisamente en la zona del templo, y quizás aquel espacio sagrado cercado le sugiere la imagen del rebaño del pastor. Jesús se presenta como el Buen Pastor y dice: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos” (v. 27-28). Estas palabras nos ayudan a comprender que nadie puede llamarse seguidor de Jesús, si no escucha su voz. Y este ‘escuchar’ no debe ser entendido en manera superficial, sino cautivante, al punto de hacer posible un verdadero conocimiento reciproco, del cual puede nacer una serie generosa, expresada en las palabras “y ellas me siguen” (v. 27). ¡Se trata de una escucha no sólo del oído sino de una escucha del corazón!

Por lo tanto, la imagen del pastor y de las ovejas indica la estrecha relación que Jesús quiere establecer con cada uno de nosotros. Él es nuestra guía, nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro modelo, pero sobre todo, es nuestro Salvador. En efecto, la frase siguiente del pasaje evangélico afirma: “Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos” (v. 28). ¿Quién puede hablar así? Solamente Jesús, porque la ‘mano’ de Jesús es una sola cosa con la ‘mano’ del Padre y el Padre es “superior a todos” (v. 29).

Estas palabras nos comunican un sentido de absoluta seguridad y de inmensa ternura. Nuestra vida es plenamente segura en las manos de Jesús y del Padre, que son una sola cosa: un único amor, una única misericordia, rebelados para siempre en el sacrificio de la cruz. Para salvar las ovejas perdidas que somos todos nosotros, el Pastor se hizo cordero y se dejó inmolar para tomas sobre él y sacar el pecado del mundo. ¡En este modo Él nos ha donado la vida, pero la vida en abundancia! (cfr Jn 10,10). Este misterio se renueva, en una humildad siempre sorprendente, en la Eucaristía. Es allí que las ovejas se reúnen para nutrirse, es allí que se hace una sola cosa, entre ellos y con el Buen Pastor.

Por esto no tenemos más miedo: nuestra vida está ya salvada de la perdición. Nada y nadie podrá arrancarnos de las manos de Jesús, porque nada y nadie puede vencer su amor. ¡El amor de Jesús es invencible! El maligno, el gran enemigo de Dios y de sus criaturas, prueba arrancarnos la vida eterna en muchos modos. Pero el maligno no puede nada si no somos nosotros a abrirle las puertas de nuestra alma, siguiendo sus adulaciones engañadoras.

La Virgen María ha escuchado y seguido dócilmente la voz del Buen Pastor. Que ella nos ayude a recibir con alegría la invitación de Jesús a transformarnos en sus discípulos, y a vivir siempre en la certeza de ser en las manos paternas de Dios.

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