SAN AGUSTIN

¿Cómo aprender Humildad? ¡Sólo con humillaciones!
(Beata Teresa de Calcuta)

...Llenaos primero vosotros mismos; sólo así podréis dar a los demás. (San Agustín)

Dios no pretende de mí que tenga éxito. Sólo me exige que le sea fiel.
(Beata Teresa de Calcuta)

GOTA

... lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota.
(Beata Teresa de Calcuta)

Contento, Señor, Contento (San Alberto Hurtado)

...y ESO ES LA SANTIDAD, DEJAR QUE EL SEÑOR ESCRIBA NUESTRA HISTORIA... (Papa Francisco)

«No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera...».
(Santa Ángela de la Cruz)

Reconoce cristiano, tu dignidad, que el Hijo de Dios se vino del Cielo, por salvar tu alma. (San León Magno)

lunes, 3 de noviembre de 2014

SAN MARTIN DE PORRES, RELIGIOSO.



De la Homilía del papa Juan XXIII, en la canoniza-
ción de san Martín de Forres
Martín nos demuestra con el ejemplo de su vida que
podemos llegar a la salvación y a la santidad por el ca-
mino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si, en pri-
mer lugar, amamos a Dios con todo nuestro corazón, con
toda nuestra alma y con toda nuestra mente; y si, en se-
gundo lugar, amamos al prójimo como a nosotros mis-
mos.
Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, car-
gado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto
tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo
que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía
evitar el derramar abundantes lágrimas. Tuvo también
una singular devoción al santísimo sacramento de la
eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas
de oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse
de él con la máxima frecuencia que le era posible.
Además, san Martín, obedeciendo el mandato del di-
vino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad
para con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe
íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos porque
los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos
suyos; y los amaba aún más que a sí mismo, ya que,
por su humildad, los tenía a todos por más justos y per-
fectos que él.
Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las
más graves injurias, pues estaba convencido que era mu-
cho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su
empeño en retornar al buen camino a los pecadores;
socorría con amor a los enfermos; procuraba comida,
vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le
era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y
mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como es-
clavos de la más baja condición, lo que le valió, por
parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad».
Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y
virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad,
también ahora goza de un poder admirable para elevar
nuestras mentes a las cosas celestiales. No todos, por
desgracia, son capaces de comprender estos bienes so-
brenaturales, no todos los aprecian como es debido, al
contrario, son muchos los que, enredados en sus vicios,
los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completa-
mente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos
la dulzura y felicidad que se encuentra en el seguimien-
to de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos man-
datos.

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