SAN AGUSTIN

¿Cómo aprender Humildad? ¡Sólo con humillaciones!
(Beata Teresa de Calcuta)

...Llenaos primero vosotros mismos; sólo así podréis dar a los demás. (San Agustín)

Dios no pretende de mí que tenga éxito. Sólo me exige que le sea fiel.
(Beata Teresa de Calcuta)

GOTA

... lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota.
(Beata Teresa de Calcuta)

Contento, Señor, Contento (San Alberto Hurtado)

...y ESO ES LA SANTIDAD, DEJAR QUE EL SEÑOR ESCRIBA NUESTRA HISTORIA... (Papa Francisco)

«No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera...».
(Santa Ángela de la Cruz)

Reconoce cristiano, tu dignidad, que el Hijo de Dios se vino del Cielo, por salvar tu alma. (San León Magno)

lunes, 19 de marzo de 2012

EL SEÑOR SAN JOSÉ

Sant Josep. Escultura de J. Viladomatir 
SAN JOSÉ, PADRE Y SEÑOR

La figura de este gran santo, aun
permaneciendo más bien oculta, reviste una
importancia fundamental en la historia de la
salvación. Ante todo, al pertenecer a la tribu
de Judá, unió a Jesús a la descendencia
davídica, de modo que, cumpliendo las
promesas sobre el Mesías, el Hijo de la Virgen
María puede llamarse verdaderamente "hijo
de David". El evangelio de san Mateo, en
especial, pone de relieve las profecías
mesiánicas que se cumplen mediante la
misión de san José: el nacimiento de Jesús
en Belén (Mt 2, 1-6); su paso por Egipto,
donde la Sagrada Familia se había refugiado
(Mt 2, 13-15); el sobrenombre de "Nazareno"
(Mt 2, 22-23).
En todo esto se mostró, al igual que su esposa María, como un auténtico heredero
de la fe de Abraham: fe en Dios que guía los acontecimientos de la historia según
su misterioso designio salvífico. Su grandeza, como la de María, resalta aún más
porque cumplió su misión de forma humilde y oculta en la casa de Nazaret. Por lo
demás, Dios mismo, en la Persona de su Hijo encarnado, eligió este camino y este
estilo —la humildad y el ocultamiento— en su existencia terrena.
El ejemplo de san José es una fuerte invitación para todos nosotros a realizar con
fidelidad, sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado. Pienso,
ante todo, en los padres y en las madres de familia, y ruego para que aprecien
siempre la belleza de una vida sencilla y laboriosa, cultivando con solicitud la
relación conyugal y cumpliendo con entusiasmo la grande y difícil misión
educativa. (Benedicto XVI, Ang., 19 de marzo de 2006)
El 15 de agoto de 1989, el Santo Padre Juan Pablo II daba a la Iglesia la
Exhortación apostólica Redemptoris custos, sobre la figura y misión de San José en
la vida de Cristo y de su Cuerpo Místico. Recordaba en ella cómo «desde los
primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han
subrayado que San José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con
mucho empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo
Místico, la Iglesia, de la que la Virgen es figura y modelo» (n.1). Nos alentaba a
crecer en devoción al Patrono de la Iglesia universal, tan eficaz para llevar el primer
anuncio de Cristo» como para volver a llevarlo allí donde está descuidado u
olvidado (1). Próxima –o reciente, según la fecha de nuestra lectura- la Solemnidad
de San José, cabeza de la Sagrada Familia, nos parece oportuno dedicarle una
meditación.
José, esposo de María, de la cual nació Cristo (2). Con sobria y densa elocuencia lo
presenta la Escritura Santa y proclama la alteza incomparable de su dignidad y
misión, sólo inferiores a la de la Madre Virgen. San Ireneo le llamó «esposo
destinado, desde lo eterno, a María». Cualquiera en su lugar se hubiera enamorado
de la Virgen de Nazaret. Pero era José quien había de custodiarla intacta y ser
padre virginal de Dios Hijo hecho hombre, Jesús. San Ambrosio le llama «esposo de
María y padre de Dios». Esposo verdadero, porque los esposos, se esposan, siendo
Sant Josep.dos forman una unidad indisoluble abierta si Dios lo quiere a nuevas vidas
imágenes de Dios. José y María se desposan virginalmente en cuerpo y alma de un
modo ciertamente singular, virginal. El cuerpo de uno pertenece al otro - y a nadie
más - en tanto que virginal y por razón de la virginal concepción del Hijo de Dios
por obra del Espíritu Santo. De ahí que María como esposa, sea de José, cabe decir,
propiedad de José. Y el Niño que de ella nace es verdadero hijo de José. Todo ello
por un designio eterno de Dios que afecta a lo íntimo del ser de cada uno de los
tres miembros de la Sagrada Familia. «A José -explica San Agustín- no sólo se le
debe el nombre de padre, sino que se le debe más que a otro alguno. ¿Cómo era
padre, José? Tanto más profundamente padre, cuanto más casta fue su
paternidad» (3).
Dios mismo, hecho Niño, le llama padre. Y lo hará aun cuando crezca en sabiduría,
edad y gracia bajo su sombra; y también ahora cuando ya está en el Cielo. ¿Qué
cosas acontecerán en su corazón grandioso, cuando oye llamarse así por su
Creador y Redentor?
Qui finxit singillatim corda eorum (4), el Creador de los corazones, creó el de José a
la medida del suyo. Tu natum Domini stringis (5), tú has estrechado con delicadeza
suma al nacido Señor de señores, Rey de reyes. Todos deben inclinarse en tu
presencia, porque eres mayor que todos ellos, señor del reino de Nazaret. Riges a
Dios y a la Reina y Señora de todo lo creado. ¡Eres grande, José!
¡Padre y Señor!, «providencia de la Providencia». Los ángeles te superan en
naturaleza, tú les aventajas en dignidad y unión íntima con Dios Padre, con Dios
Hijo, con Dios Espíritu Santo y con Santa María. Tú eres, por eso, maestro de vida
interior, espejo de toda virtud, y muy especialmente de oración contemplativa en
medio del mundo.




Salve a San José
Una antigua oración, que se remonta al siglo XVII, reza así:
«Dios te salve, José, lleno de gracia del Espíritu Santo, el Señor es contigo, bendito
eres entre todos los hombres, como tu Esposa bendita entre las mujeres. Porque
Jesús, fruto bendito del vientre virginal de Nuestra Señora la Virgen María, fue
tenido por tu Hijo.
Ruega por nosotros, Virgen y Padre de Cristo, para que el que en esta vida quiso
ser súbdito tuyo, por tus merecimientos nos sea propicio ahora y en la hora de
nuestra muerte. Amén» (6).
Otra oración tradicional:
¡Oh, feliz varón, bienaventurado José, a quien le fue concedido no sólo ver y oír al
Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, y no oyeron, sino también
abrazarlo, vestirlo y custodiarlo! Ruega por nosotros, bienaventurado José.
San Josemaría Escrivá la cita implícitamente: «San José, Padre y Señor nuestro,
castísimo, limpísimo, que has merecido llevar a Jesús Niño en tus brazos, y lavarle
y abrazarle: enséñanos a tratar a nuestro Dios, a ser limpios, dignos de ser otros
Cristos. Y ayúdanos a hacer y a enseñar, como Cristo, los caminos divinos -ocultos
y luminosos-, diciendo a los hombres que pueden, en la tierra, tener de continuo
una eficacia espiritual extraordinaria.» (7).


Orar siempre
¡Siempre andaba metido en oración! Ni el trabajo en el taller o en los hogares
vecinos; ni el descanso, ni siquiera el sueño impedían su coloquio con los
moradores del Cielo.
¿Cómo, si no, hubiera podido el Ángel hablarle en sueños cuando hubo de recibir a
María en su casa, o huir a Egipto o volver a Nazaret? Supo con toda certeza que no
era una ilusión lo que oyó mientras dormía. Tengo para mí que era tan habitual en
él tener la mente «metida» en Dios que hasta dormido podía escuchar su palabra y
entender sus designios. Más de un caso se ha visto. Es una maravilla que el
Todopoderoso concede a algunos santos, que han esforzado largamente la memoria
para tener sin pausa en presente que «en él vivimos, nos movemos y existimos»
(Hch 17, 28). Yo mismo he conocido alguno. En cierta ocasión --primeros de julio
de 1974-- hacía san Josemaría su incansable catequesis en Santiago de Chile: «a
Dios -afirmaba- lo encontramos en nuestra vida diaria, en nuestros momentos de
cada día aparentemente iguales (...). Está en nuestra comida y en nuestra cena, en
nuestra conversación y en nuestro llanto y en nuestra sonrisa. Está en todo. Dios
es Padre. Si queremos ir a Él lo encontramos en cualquier momento (...). Mientras
trabajas, mientras manejas el coche -como se dice aquí-, mientras te ocupas de tu
trabajo profesional, mientras te diviertes con un poco de música, cuando estás ya
para dormirte, en el momento de despertar... ». Y añadía: «Se lee en la Escritura
que hemos de permanecer orando día y noche; conozco almas que hacen oración
dormidas también. Y no me consideréis loco, que no lo estoy.»
No debiéramos dudar de hechos semejantes.
A los árboles altos los lleva el viento
y a los enamorados el pensamiento.
El amor de Dios es infinitamente más poderoso que el humano. Algunos se
asombran hasta de los milagros narrados en el Evangelio, con tan mala sombra,
que les parecen maravillas «excesivas», y por tan fausto motivo se niegan a
creerlas: ¡es demasiado!, piensan, y contra todo rigor histórico amputan el texto
sagrado, lo acomodan a sus livianos esquemas, y «releen» la palabra de Dios como
si fuese un cuento de hadas o, a lo más, un libro de Homero. Pobre concepto tienen
de Dios y de su poder. No saben lo que se pierden.
Pero volvamos a nuestro asunto: «es necesario orar siempre sin cesar», nos dice
claro el Señor; «para que ya estemos despiertos o durmamos, vivamos en Él» (9);
de modo que «cuando los ojos se cierren con el sueño, el corazón permanezca
despierto en Ti» (10). Esto es propiamente vida contemplativa, asequible -por la
Gracia- a todos, también en medio de la calle. Todos somos llamados a vivirla de
alguna manera.
¿Qué puso de su parte San José? ¿No recorrería, también él, el proceso del bejuco -
planta trepadora de verticales muros-, que con tanto donaire se canta allende los
mares:
El bejuco cuando nace
nace hojita por hojita
Así principia el amor;
palabra por palabrita.

Un camino asequible
Al menos éste parecía haber sido el camino que anduvo quien mucho le amó e hizo
que muchos le quisiéramos tanto -de nuevo san Josemaría-: «Primero una
jaculatoria, y luego otra, y otra..., hasta que parece insuficiente ese fervor, porque
las palabras resultan pobres...: y se deja paso a la intimidad divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio. Vivimos entonces como cautivos, como
prisioneros. Mientras realizamos con la mayor perfección posible, dentro de
nuestras equivocaciones y limitaciones, las tareas propias de nuestra condición y de
nuestro oficio, el alma ansía escaparse. Se va hacia Dios, como el hierro atraído por
la fuerza del imán. Se comienza a amar a Jesús, de forma más eficaz, con un dulce
sobresalto».
«Hojita por hojita, palabra por palabrita…»
Es cosa hacedera, de pequeños aunque constantes esfuerzos por recordar siempre
que somos -no sólo «estamos»- contemplados por Dios, con amor inmenso, con
ternura infinita, a todas horas, también cuando la cotidiana fatiga ha clausurado
nuestros ojos y apagado la luz de la mente. No es preciso soñar con ángeles; basta
que nos durmamos sabiéndonos en los brazos de nuestro Padre Dios, bajo la
mirada de Nuestra Madre del Cielo, y también al encanto de los ángeles y santos
del paraíso. Qué bien se duerme entonces; o qué bien no se duerme, si Dios lo
quiere. En cualquier caso, son horas de profunda oración, que preparan las de la
entera jornada siguiente.


Intercambio de «contemplaciones»
Así se establece entre el alma y Dios un rico intercambio de contemplaciones. Le
confiamos nuestras alegrías y nuestras penas, nuestras ilusiones y afanes; nuestras
pequeñas aventuras diarias. La lucha -deportiva, alegre, apasionante- por convertir
la jornada en oración habrá de durar años, tal vez. Pero, al fin «sobran las
palabras, porque la lengua no logra expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No
se discurre, ¡se mira! Y el alma rompe otra vez a cantar con cantar nuevo, porque
se siente y se sabe también mirada amorosamente por Dios, a todas horas» (11).
Es lo que a San José le acontecía con intensidad única. Sus manos trabajaban la
madera y el hierro, pero en su corazón se hallaban siempre nítidas las imágenes de
Jesús y de María, puntos focales de toda su intensa actividad. Y esa unidad de vida,
esa coherencia e íntima compenetración de fe, amor y conducta -trabajo y oración-
- eran consecuencia, quizá inadvertida en lo reflejo, del misterio que se cumplió en
su hogar llenándolo de Luz.


La gran verdad
Esta es la gran verdad que llena de gozo la existencia de los hijos de Dios: Dios es
Padre, Dios es Amor y, con su Amor, a todas las criaturas envuelve, y
Ama tanto estar con ellas
Que está muy más dentro en ellas,
Que ellas mismas sin quererle (12)
Vale la pena esforzar la memoria para recordar siempre la amorosa morada de la
Trinidad en el alma, porque «el hombre, mientras se mantiene en presencia de
Dios, se encuentra lleno de luz; si se ausenta de Él, de inmediato se entenebrece»
(13). Es lo que le pasó a Simón. Pensó que el Maestro se hallaba tan ocupado en lo
que sufría, que no tenía ojos ni tiempo para advertir sus cobardes negaciones.
Aquella misma noche tristísima descendió por tres veces al oscuro abismo de la
traición. Hasta que el Señor «se volvió y miró a Pedro» (14). ¡No estaba tan
ocupado como era de suponer! Y la mirada de Jesús encendió de nuevo las luces
que el olvido había apagado en el alma de Simón. Ascendió de nuevo a la altura de
su condición de apóstol. Salió fuera y lloró con abundancia su triple pecado. No
volvería a suceder.La soledad es el gran riesgo, más aún, es la seguridad de vivir bajo mínimos, por
debajo de la altura de la misión divina que cada quien ha de cumplir en la tierra. El
hombre solo, rigurosamente solo, es la tristeza misma; y la tristeza es la mayor
aliada del adversario.
Pero el hijo de Dios nunca está solo:
No le llames soledad
a este andar con Dios en todo.
Llámale más bien
un modo de inmensidad
(15).
Es estar a un tiempo en el Cielo y en la tierra, con Dios Padre, con Dios Hijo, con
Dios Espíritu Santo, con la Madre de Dios y Madre nuestra, con San José. ¡Qué
grandes amigos, que jamás traicionan! Siempre acompañados, contemplados por la
Trinidad del Cielo y por la Trinidad de la tierra.
«Trato de llegar a la Trinidad del Cielo por esa otra trinidad de la tierra –dice san
Josemaría-: Jesús, María y José. Están como más asequibles. Jesús, que
es perfectus Deus y perfectus Homo. María, que es una mujer, la más pura
criatura, la más grande: más que Ella, sólo Dios. Y José, que está inmediato a
María: limpio, varonil, prudente, entero. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué modelos! Sólo con
mirar, entran ganas de morirse de pena: porque, Señor, me he portado tan mal...
No he sabido acomodarme a las circunstancias, divinizarme. Y tú me dabas los
medios: y me los das, y me los seguirás dando..., porque a lo divino hemos de vivir
humanamente en la tierra. / San José, que no te puedo separar de Jesús y de
María, San José, por el que he tenido siempre devoción pero comprendo que debo
amarte cada día más y proclamarlo a los cuatro vientos (...) San José, nuestro
Padre y Señor, intercede por nosotros» (16).
La Iglesia es la extensión de la Sagrada Familia de Nazaret, que le canta a José:
José justísimo,
José castísimo,
José prudentísimo,
José fortísimo,
José obedientísimo,
José fidelísimo,
Espejo de paciencia,
Amador de la pobreza,
Ejemplo de los que trabajan,
Ennoblecedor del vivir en familia,
Custodio de las vírgenes,
Terror de los demonios,
Protector de la Santa Iglesia...
¡Ruega por nosotros! (17)
NOTAS
1. Cfr. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, 15-VIII-1989. Ed.
Palabra, Folletos MC, n. 499, nn. 1 y ss.
2. Mt. 1, 16.
3. San Agustín, citado por J. ESCRIVA DE BALAGUER, en la Homilía titulada En el taller de
José, de 19-III-1963, publicada en Es Cristo que pasa, n. 55.
4. Sal 32,15.5. Himno Te loseph.
6. Antigua oración que fue muy indulgenciada. Lleva el imprimatur «Toleti, die 14º Aprilis
1965. Henricus Card. Archiep. Toletanus».
7. San Josemaría Escrivá, Forja 553.
8. Lc 18,1; cfr. Eccli 18,22; 1 Tes 5,17.
9. 1 Tes 5, 9-11.
10. Liturgia de las Horas, Himno de Completas.
11. San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 307.
12. Juana de Fuentes, Perú, siglo XVI.
13. San Agustín, In VIII super Genesis, XII, 26.
14. Lc 22, 61.
15. Versos de José María Pemán.
16. San J. Escrivá, citado por S. BERNAL, Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus
Dei, Ed. Rialp, 6ª ed., Madrid, 1980, p. 360.
17. Letanías de San José.


Fuente:Antonio Orozco
Arvo.net (actualización) 19.03.2011
Fuente: Escritos Arvo

(AGRADEZCO AL SR. ARCO Y A ESCRITOS ARVO ESTE MAGNÍFICO ARTICULO/ORACIÓN Y ALABANZA A  SAN JOSÉ)

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