SAN AGUSTIN

¿Cómo aprender Humildad? ¡Sólo con humillaciones!
(Beata Teresa de Calcuta)

...Llenaos primero vosotros mismos; sólo así podréis dar a los demás. (San Agustín)

Dios no pretende de mí que tenga éxito. Sólo me exige que le sea fiel.
(Beata Teresa de Calcuta)

GOTA

... lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota.
(Beata Teresa de Calcuta)

Contento, Señor, Contento (San Alberto Hurtado)

...y ESO ES LA SANTIDAD, DEJAR QUE EL SEÑOR ESCRIBA NUESTRA HISTORIA... (Papa Francisco)

«No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera...».
(Santa Ángela de la Cruz)

Reconoce cristiano, tu dignidad, que el Hijo de Dios se vino del Cielo, por salvar tu alma. (San León Magno)

domingo, 21 de junio de 2015

EL NO A LA COMUNION DE DIVORCIADOS VUELTOS A CASAR Y A LA HOMOSEXUALIDAD, DEL CARDENAL ANTONELLI.




El cardenal Antonelli desmonta, una por una, las tesis de los progresistas a favor de la comunión de los divorciados y de la homosexualidad

El cardenal Antonelli, anterior presidente del Pontificio Consejo para la Familia, se ha dedicado durante los últimos meses a estudiar los argumentos de aquellos que proponían modificaciones doctrinales o pastorales en temas relacionados con la familia, como la aceptación de los divorciados vueltos a casar a la comunión o como la aceptación de la homosexualidad. Dado que estos temas serán objeto de debate en el Sínodo, Antonelli acaba de publicar un extenso trabajo refutando las tesis liberales de Kasper y sus amigos.
Lo primero que hace el cardenal Antonelli en su trabajo es proponer que el Sínodo se centre en tareas positivas de cara a la familia. Por eso invita a que se centren los esfuerzos de la asamblea en tres puntos. El primero, la formación de adolescentes y jóvenes para vivir el amor cristiano. El segundo, la preparación de los novios. El tercero, la formación permanente de los jóvenes, valorando especialmente la inserción en movimientos y en grupos parroquiales.
A continuación entra de lleno en los temas a debatir, comenzando por exponer la posición doctrinal y pastoral vigente en la Iglesia desde sus orígenes. "El matrimonio sacramental, rato y consumado, es indisoluble por voluntad de Jesucristo. La separación de los cónyuges es contraria a su voluntad. La nueva unión de un cónyuge separado es ilegítima y constituye un grave desorden moral permanente; crea una situación que contradice objetivamente la alianza nupcial de Cristo con la Iglesia, que se significa y actúa en la Eucaristía. Por ello las personas divorciadas que se han vuelto a casar civilmente no pueden ser admitidas a la comunión eucarística, ante todo por un motivo teológico y después por un motivo de orden pastoral", afirma.
"La exclusión de la comunión eucarística permanece todo el tiempo que dura la convivencia conyugal ilegítima", sigue diciendo, comparándolo con otras situaciones: " Esta exclusión no discrimina a los divorciados vueltos a casar civilmente respecto a otras situaciones de grave desorden objetivo y de escándalo público. Quien tiene el hábito de blasfemar debe empeñarse seriamente en corregirse; quien ha cometido un robo debe restituir; quien ha dañado al prójimo material o moralmente, debe reparar. Sin un empeño concreto de conversión, no hay absolución sacramental y admisión a la Eucaristía. No deben ser admitidos todos los que «perseveran con obstinación en un pecado grave manifiesto» (Código de Derecho Canónico, 915). No parece que sea posible hacer una excepción para las personas divorciadas y vueltas a casar civilmente que no se comprometen a cambiar su forma de vida, bien sea separándose o renunciando a las relaciones sexuales".
"La exclusión de la comunión eucarística no significa que se les excluya de la Iglesia, sino que la comunión con ella es incompleta. Las personas divorciadas vueltas a casar civilmente siguen siendo miembros de la Iglesia; pueden y deben participar en su vida y en sus actividades. De otra parte los demás creyentes y sobre todo los pastores deben acogerlos con amor, respeto y solicitud, involucrándolos en la vida eclesial, animándolos a realizar el bien con generosidad y a tener confianza en la misericordia de Dios".
El cardenal Antonelli expone a continuación algunos puntos en los que la ley vigente podría ser mejorada. Constata que "muchas parejas irregulares perciben la exclusión de la comunión eucarística como una exclusión total de la Iglesia. Se sienten rechazadas por la Iglesia y les impide advertir la cercanía misericordiosa de Dios. Se sienten tentadas a alejarse de la comunidad eclesial y a perder la fe". En su escrito, Antonelli recoge la sugerencia hecha por muchos de que se confíe a los divorciados vueltos a casar "con mayor amplitud algunas tareas eclesiales que hasta ahora les son prohibidas, al menos cuando no lo desaconsejen exigencias inderogables de ejemplaridad", crear para ellos celebraciones específicas que les ayuden espiritualmente, sustituir con un gesto de bendición su no admisión a la Eucaristía, o crear un itinerario específico para cada situación, de cara a la posible admisión a la Eucaristía. Así mismo, se hace eco de la acusación hecha por muchos de que la doctrina y la práctica actual no tiene en cuenta la "ley de la gradualidad" y reclama excepciones para casos particulares.
Constata también el cardenal que "los medios de comunicación social promueven fuertemente un decidido cambio pastoral; muchos católicos, laicos y clérigos, así como la opinión pública en general esperan ampliamente este cambio". y que este posible cambio ha sido objeto de un encendido debate en la primera parte del Sínodo, celebrada en octubre pasado. El cambio que se pide es que la Iglesia sea más acogedora con las personas que viven en situaciones familiares irregulares, " de manera concreta la misericordia de Dios para ellos", destacando los aspectos positivos de ese tipo de convivencia y proponiendo el Evangelio más como un don que como una obligación. "En síntesis, se considera que la segunda unión podría ser compatible con la indisolubilidad de la primera, al menos en algunos casos, y que incluso debería ser apreciada como un bien que tutelar, renunciando tanto a exigir la separación como a la continencia sexual, que sería excesivamente gravosa y difícil". Antonelli se hace eco de las distintas opiniones que sugieren tratar de forma diferente a los divorciados vueltos a casar de aquellos que no están casados, pero considera que en la práctica "esta limitación sea poco realista, porque los convivientes son mucho más numerosos que los divorciados vueltos a casar. Dada la presión social y la lógica interna de las cosas sin duda terminarían prevaleciendo las opiniones orientadas a un amplio permisivismo".
A continuación expone lo argumentos contrarios a la admisión de los convivientes irregulares a la Eucaristía.
Primero: "No debe infravalorarse el riesgo de comprometer la credibilidad del Magisterio del Papa, que también recientemente con san Juan Pablo II y con Benedicto XVI, ha excluido repetida y firmemente la posibilidad de admitir a los sacramentos a las personas divorciadas vueltas a casar civilmente y a los convivientes. Con la del Papa, se debilitaría también la autoridad de todo el episcopado católico, que por siglos ha compartido la misma posición".
Segundo: "La acogida eclesial de las personas divorciadas vueltas a casar civilmente y más en general de los convivientes irregulares no significa necesariamente acogida eucarística. Es verdad que la Eucaristía es necesaria para la salvación, pero eso no significa que de hecho sólo se salvan quienes reciben este sacramento. También la Iglesia es necesaria para la salvación, pero ello no significa que de hecho solo se salvan quienes pertenecen a ella de modo visible. Es verdad que todos tenemos defectos y que no somos dignos de recibir el Santísimo Sacramento; pero hay defectos y defectos; hay indignidades e indignidades. «Quien come o bebe el cáliz del Señor de modo indigno, será culpable de frente al cuerpo y a la sangre del Señor [...] come y bebe su propia condena» (1Cor 11, 27.29). La Iglesia ha enseñado constantemente que el pecado mortal excluye de la comunión eucarística y que debe ser remitido mediante el sacramento de la penitencia. Además la admisión a la comunión eucarística no es sólo una cuestión de santidad personal. Un cristiano no católico o incluso un creyente de otra religión que no está bautizado, podría estar espiritualmente más unido a Dios que un católico practicante y, sin embargo, no puede ser admitido a la comunión eucarística, porque no está en plena comunión visible con la Iglesia. La Eucaristía es el vértice y la fuente de la comunión espiritual y visible. Pero, desgraciadamente, las personas divorciadas vueltas a casar civilmente y las demás personas convivientes irregulares se encuentran en una situación objetiva y pública de grave contraste con el evangelio y con la doctrina de la Iglesia". Esto banalizaría la Eucaristía y la reduciría a un rito de socialización, como sucede cuando personas que ni siquiera están bautizadas se acercan a comulgar en los funerales, como signo de solidaridad con los familiares del difunto.
Tercero: Los que dicen reconocer la indisolubilidad del primer matrimonio y a pesar de eso solicitan la posibilidad de comulgar a los que se vuelven a casar civilmente, no se dan cuenta de que en la práctica están legitimando las relaciones sexuales fuera del matrimonio. Esto llevaría a "considerar lícitas desde el punto de vista ético las convivencias prematrimoniales, las convivencias de hecho registradas y no registradas, las relaciones sexuales ocasionales, y quizás las convivencias homosexuales e incluso el poliamor y la polifamilia".
Cuarto: Aunque haya cosas positivas en ese tipo de convivencias, "es necesario evitar presentar tales uniones en sí mismas como valores imperfectos, cuando se trata en realidad de graves desordenes". Añade Antonelli: "La ley de la gradualidad se refiere sólo a la responsabilidad subjetiva de las personas y no debe ser transformada en gradualidad de la ley, presentando el mal como bien imperfecto. Entre lo verdadero y lo falso, entre el bien y el mal, no hay gradualidad".
Quinto: "La admisión a la mesa eucarística de los divorciados vueltos a casar civilmente y de los convivientes comporta una separación entre misericordia y conversión, que no parece en sintonía con el Evangelio. Este sería el único caso de perdón sin conversión. La misericordia de Dios opera la conversión de los pecadores, no sólo los libera de la pena, sino que los sana de la culpa; no tiene nada que ver con la tolerancia. Dios siempre concede el perdón; pero sólo lo recibe quien es humilde, se reconoce pecador y se empeña en cambiar de vida".
Sexto: Más allá de las intenciones de los que dicen que no niegan la indisolubilidad del primer matrimonio, "teniendo en cuenta la incoherencia doctrinal entre la admisión de estas personas a la Comunión eucarística y la indisolubilidad del matrimonio, se terminará por negar en la práctica concreta lo que se continuará afirmando teóricamente en línea de principio, con el riesgo de reducir el matrimonio indisoluble a un ideal, quizás hermoso, pero realizable solo para algunos afortunados".
El cardenal Antonelli dedica el capítulo sexto de su investigación a diferenciar entre la gradualidad de la culpa, debido a determinados factores, y la gradualidad de la ley. "El Magisterio de la Iglesia enseña que existe una distinción entre la verdad objetiva del bien moral y la responsabilidad subjetiva de las personas, entre la ley y la consciencia, entre el desorden y el pecado. Reconoce que en la responsabilidad personal existe una ley de la gradualidad, mientras que en la verdad del bien y del mal no existe una gradualidad de la ley". Cita el Catecismo de la Iglesia (nº 1735): "La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales". "Las uniones ilegítimas de las personas divorciadas que han vuelto a casarse civilmente y de quienes conviven son hechos públicos y manifiestos. La Iglesia las desaprueba como situaciones objetivas de pecado. Si las aprobara como si fuesen el bien que en este momento es posible para ellos, se desviaría de la ley de la gradualidad a la gradualidad de la ley, condenada por san Juan Pablo II. Lo que está mal no puede convertirse en el bien actualmente posible. El robar menos no se convierte jamás en algo lícito, ni siquiera para quien estaba habituado a robar mucho; el blasfemar raramente no se convierte jamás lícito, ni siquiera para quien estaba habituado a blasfemar frecuentemente". "Debido a que las uniones ilegítimas son hechos públicos y manifiestos, la Iglesia no puede tampoco atrincherarse en el silencio y en la tolerancia. Ella está obligada a intervenir para desaprobar abiertamente tales situaciones objetivas de pecado. No obstante es posible que los convivientes subjetivamente no sean plenamente responsables, a causa de los condicionamientos existenciales y culturales, psíquicos y sociales. Hasta sería posible que estén en gracia de Dios y tuvieran las condiciones interiores necesarias para recibir la Eucaristía. Pero todo esto no se puede presumir; debe verificarse mediante un discernimiento atento de acuerdo con la ley de la gradualidad. Se necesita discernir si los convivientes están verdaderamente decididos a subir a la cima de la montaña, que para ellos es la perfecta continencia sexual. Sólo si existe este empeño sincero de conversión, los posibles pasos en falso, las eventuales recaídas en las relaciones sexuales podrían comportar una responsabilidad atenuada. La ayuda necesaria para la difícil ascensión de la montaña puede provenir del acompañamiento personal y de la participación concreta en la vida de la Iglesia". "La ley de la gradualidad es preciosa para el acompañamiento de las personas individualmente. Pero no es posible recabar de ella criterios generales para la admisión a la Eucaristía de quienes viven en situaciones irregulares, a menos de que no se confunda con la inaceptable gradualidad de la ley". "La responsabilidad subjetiva de los eventuales actos desordenados es más o menos atenuada sólo en quienes tienden seriamente a la plena continencia y se empeñan en vivir como hermano y hermana, aunque a veces, encontrándose por necesidad en ocasión próxima de pecado, puedan ceder en el empeño".
El capítulo séptimo está dedicado a argumentar la indisolubilidad del matrimonio sacramental. El cardenal afronta la cuestión de la posibilidad de que el dogma no se toque pero sí la pastoral. "En la Iglesia Católica la práctica pastoral debe ser coherente con la doctrina de la fe, de la cual el fundamento puesto de una vez y para siempre es la Sagrada Escritura y cuyo principal criterio hermenéutico es la enseñanza del Papa y de los obispos en comunión con él. La verdad puede surgir gradualmente en la conciencia eclesial, iluminada por el Espíritu Santo, hasta llegar a ser enseñada, a veces, de un modo infalible. El auténtico desarrollo doctrinal ocurre considerando perspectivas y elaborando síntesis nuevas, pero siempre en coherencia con las precedentes tomas de posición definitivas.Ni inmobilismo ni ruptura, sino fidelidad creativa".
En el capítulo octavo se afronta cuestión de la invalidez del matrimonio. "Para la válida celebración del matrimonio se necesita por lo menos la fe implícita", dice el cardenal Antonelli, apoyándose en la Familiaris Consortio de San Juan Pablo II. No descarta, sin embargo, "que en el actual contexto cultural dominado por el individualismo egocéntrico, también se deba tener en consideración, en orden a una eventual declaración de nulidad, el propósito y la capacidad de amar de manera oblativa".
El último capítulo está dedicado a plantear una perspectiva misionera para la Iglesia, en un contexto de fuerte secularización como el actual. Quita importancia a la cuestión del éxito numérico, que tanto parece preocupar a algunos de los que piden cambios y afirma: "Para desarrollar eficazmente tal misión salvífica, si bien el número de fieles tiene su importancia, sin duda es más importante y necesaria la autenticidad de la comunión eclesial en la verdad y en el amor". "Sería fuera de lugar perseguir la pertenencia numérica, mediante la falta de empeño formativo y la apertura indiferenciada, que concede todo a todos, provocando una homologación hacia abajo. Por el contrario es necesario una pastoral dirigida a todos, pero diferenciada, cuidando en primer lugar a pocos, los más disponibles, para lleg

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