SAN AGUSTIN

¿Cómo aprender Humildad? ¡Sólo con humillaciones!
(Beata Teresa de Calcuta)

...Llenaos primero vosotros mismos; sólo así podréis dar a los demás. (San Agustín)

Dios no pretende de mí que tenga éxito. Sólo me exige que le sea fiel.
(Beata Teresa de Calcuta)

GOTA

... lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota.
(Beata Teresa de Calcuta)

Contento, Señor, Contento (San Alberto Hurtado)

...y ESO ES LA SANTIDAD, DEJAR QUE EL SEÑOR ESCRIBA NUESTRA HISTORIA... (Papa Francisco)

«No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera...».
(Santa Ángela de la Cruz)

Reconoce cristiano, tu dignidad, que el Hijo de Dios se vino del Cielo, por salvar tu alma. (San León Magno)

domingo, 13 de octubre de 2013

EL PAPA FRANCISCO LE CONFIA EL MUNDO A LA VIRGEN DE FÁTIMA





Bienaventurada María, Virgen de Fátima,
con renovada gratitud por tu presencia materna
unimos nuestra voz a la de todas las generaciones
que te llaman bienaventurada.

Celebramos en ti las grandes obras de Dios,
que nunca se cansa de inclinarse
con misericordia sobre la humanidad

 afligida por el mal
y herida por el pecado, para sanarla

 y salvarla.
Acoge con benevolencia de madre
el acto por el nos ponemos hoy

 bajo tu protección
con confianza, ante esta tú imagen
tan querida por todos nosotros.

Estamos seguros que cada uno

 de nosotros es precioso a tus ojos
y que nada te es ajeno de todo

 lo que habita en nuestros corazones.
Nos dejamos alcanzar por tu dulcísima mirada
y recibimos la caricia consoladora de tu sonrisa.

Proteje nuestra vida entre tus brazos:
bendice y refuerza cada deseo de bien;

 reaviva y alimenta la fe;
sostén e ilumina la esperanza;

 suscita y anima la caridad;
guíanos a todos nosotros

 en el camino de la santidad.

Enséñanos tu mismo amor de predilección

 hacia los pequeños y los pobres,
hacia los excluidos y los que sufren,

 por los pecadores
y por los que tienen el corazón perdido:
reúne a todos bajo tu protección

 y a todos entrégales
a tu Hijo dilecto, el Señor Nuestro, Jesús.

Amén.

Texto de la homilía del Papa Francisco
Hoy nos encontramos ante una de esas maravillas del Señor:

 ¡María! Una criatura humilde y débil como nosotros,
 elegida para ser Madre de Dios, Madre de su Creador.

Precisamente mirando a María a la luz de las lecturas

 que hemos escuchado, me gustaría reflexionar
 con ustedes sobre tres puntos:
 primero, Dios nos sorprende,
 segundo, Dios nos pide fidelidad,
 tercero, Dios es nuestra fuerza.

1. El primero: Dios nos sorprende.

 La historia de Naamán, jefe del ejército del rey de Aram,
 es llamativa: para curarse de la lepra se presenta ante el profeta de Dios,
 Eliseo, que no realiza ritos mágicos, ni le pide cosas extraordinarias, 
sino únicamente fiarse de Dios y lavarse en el agua del río; 
y no en uno de los grandes ríos de Damasco, 
sino en el pequeño Jordán. 
Es un requerimiento que deja a Naamán perplejo,
 también sorprendido: ¿qué Dios es este que pide una cosa tan simple? 
Decide marcharse, pero después da el paso, 
se baña en el Jordán e inmediatamente queda curado. 
Dios nos sorprende; precisamente en la pobreza, 
en la debilidad, en la humildad es donde se manifiesta y
 nos da su amor que nos salva, nos cura y nos fortalece. 
Sólo pide que sigamos su palabra y nos fiemos de Él.

Ésta es también la experiencia de la Virgen María: 

ante el anuncio del Ángel, no oculta su asombro. 
Es el asombro de ver que Dios, para hacerse hombre,
 la ha elegido precisamente a Ella, una sencilla muchacha de Nazaret,
 que no vive en los palacios del poder y de la riqueza,
 que no ha hecho cosas extraordinarias, pero que está abierta a Dios,
 se fía de Él, aunque no lo comprenda del todo:
 “He aquí la esclava el Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc1,38). 
Es su respuesta. Dios nos sorprende siempre, rompe nuestros esquemas, 
pone en crisis nuestros proyectos, y nos dice:
 Fíate de mí, no tengas miedo, déjate sorprender,
 sal de ti mismo y sígueme.

Preguntémonos hoy todos nosotros si tenemos miedo

 de lo que el Señor pudiera pedirnos o de lo que nos está pidiendo.
 ¿Me dejo sorprender por Dios, como hizo María, 
o me cierro en mis seguridades, seguridades materiales,
 seguridades intelectuales, seguridades ideológicas, 
seguirdades de mis proyectos? 
¿Dejo entrar a Dios verdaderamente en mi vida?
 ¿Cómo le respondo?

2. En la lectura de San Pablo que hemos escuchado,

 el Apóstol se dirige a su discípulo Timoteo diciéndole:
 Acuérdate de Jesucristo, si perseveramos con Él, reinaremos con Él.
 Éste es el segundo punto: acordarse siempre de Cristo,
 la memoria de Jesucristo, y esto es perseverar en la fe: 
Dios nos sorprende con su amor, pero nos pide que le sigamos fielmente.
 Pensemos cuántas veces nos hemos entusiasmado con una cosa, 
con un proyecto, con una tarea, pero después,
 ante las primeras dificultades, hemos tirado la toalla. 
Y esto, desgraciadamente, sucede también
 con nuestras opciones fundamentales, como el matrimonio.
 La dificultad de ser constantes, de ser fieles a las decisiones tomadas,
 a los compromisos asumidos.
 A menudo es fácil decir “sí”, pero después no se consigue
 repetir este “sí” cada día.

 No se consigue a ser fieles.

María ha dicho su “sí” a Dios, un “sí” que ha cambiado 

su humilde existencia de Nazaret, pero no ha sido el único,
 más bien ha sido el primero de otros muchos “sí” pronunciados
 en su corazón tanto en los momentos gozosos como en los dolorosos;
 todos estos “sí” culminaron en el pronunciado bajo la Cruz. 
Hoy, aquí hay muchas madres; piensen hasta qué punto
 ha llegado la fidelidad de María a Dios: hasta ver a su Hijo único en la Cruz.
 La mujer fiel, de pie, destruida dentro, pero fiel y fuerte.

Y yo me pregunto: ¿Soy un cristiano a ratos o soy siempre cristiano?

 La cultura de lo provisional, de lo relativo entra también en la vida de fe.
 Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las cosas ordinarias,
 y añade que, a pesar de que a veces no somos fieles,
 Él siempre es fiel y con su misericordia no se cansa
 de tendernos la mano para levantarnos, 
para animarnos a retomar el camino, a volver a Él,
 y confesarle nuestra debilidad para que Él nos dé su fuerza.
 Es éste el camino definitivo, siempre con el Señor,
 también en nuestras debilidades, también en nuestros pecados.
 Jamás caminar sobre el camino de lo provisional. 
Esto sí mata. La fe es fidelidad definitiva, como aquella de María.

3. El último punto: Dios es nuestra fuerza. 

Pienso en los diez leprosos del Evangelio curados por Jesús:
 salen a su encuentro, se detienen a lo lejos y le dicen a gritos: 
“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” (Lc 17,13). 
Están enfermos, necesitados de amor y de fuerza,
 y buscan a alguien que los cure.
 Y Jesús responde liberándolos a todos de su enfermedad. 
Llama la atención, sin embargo,
 que solamente uno regrese alabando a Dios a grandes gritos
 y dando gracias. 
Jesús mismo lo indica: diez han dado gritos para alcanzar la curación
 y uno solo ha vuelto a dar gracias a Dios a gritos
 y reconocer que en Él está nuestra fuerza. 
Saber agradecer, dar gloria a Dios por lo que hace por nosotros.

Miremos a María: después de la Anunciación, 

lo primero que hace es un gesto de caridad hacia
 su anciana pariente Isabel; 
y las primeras palabras que pronuncia son:
 “Proclama mi alma la grandeza del Señor”, o sea, 
un cántico de alabanza
 y de acción de gracias a Dios no sólo por lo que ha hecho en Ella,
 sino por lo que ha hecho en toda la historia de salvación.
 Todo es don suyo.
 Si nosotros podemos entender que todo es don de Dios,
 ¡cuánta felicidad hay en nuestro corazón! Todo es don suyo
 ¡Él es nuestra fuerza! ¡Decir gracias es tan fácil, y sin embargo tan difícil!
 ¿Cuántas veces nos decimos gracias en la familia?

 Es una de las palabras claves de la convivencia.
 "Permiso", "disculpa", "gracias": si en una familia 
se dicen estas tres palabras, la familia va adelante.
 "Permiso", "perdóname", "gracias". 
¿Cuántas veces decimos "gracias" en familia?
 ¿Cuántas veces damos las gracias a quien nos ayuda, 
se acerca a nosotros, nos acompaña en la vida?
 ¡Muchas veces damos todo por descontado! 
 Y así hacemos también con Dios.
 Es fácil dirigirse al Señor para pedirle algo,
 pero ir a agradecerle: "Uy, no me dan ganas".

Continuemos la Eucaristía invocando la intercesión de María

 para que nos ayude a dejarnos sorprender por Dios sin oponer resistencia,
 a ser hijos fieles cada día, a alabarlo
 y darle gracias porque Él es nuestra fuerza. Amén.

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