La sabiduría debe pedirse a Dios
Sb 8,1-21b
La sabiduría alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto.
La quise y la rondé desde muchacho y la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura. Su unión con Dios realza su nobleza, siendo el dueño de todo quien la ama;
es confidente del saber divino y selecciona sus obras.
Si la riqueza es un bien apetecible en la vida, ¿quién es más rico que la sabiduría, que lo realiza todo? Y, si es la inteligencia quien lo realiza, ¿quién es artífice de cuanto existe, más que ella? Si alguien ama la rectitud, las virtudes son fruto de sus afanes; es maestra de templanza y prudencia, de justicia y fortaleza; para los hombres no hay en la vida nada más provechoso que esto. Y, si alguien ambiciona una rica experiencia, ella conoce el pasado y adivina el futuro, sabe los dichos ingeniosos y la solución de los enigmas, comprende de antemano los signos y prodigios, y el desenlace de cada momento, de cada época.
Por eso, decidí unir nuestras vidas, seguro de que sería mi consejera en la dicha, mi alivio en la pesadumbre y la tristeza. Gracias a ella, me elogiará la asamblea, y, aun siendo joven, me honrarán los ancianos; en los procesos, lucirá mi agudeza, y seré la admiración de los monarcas; si callo, estarán a la expectativa; si tomo la palabra, prestarán atención, y, si me alargo hablando, se llevarán la mano a la boca.
Gracias a ella, alcanzaré la inmortalidad y legaré a la posteridad un recuerdo imperecedero. Gobernaré pueblos, someteré naciones; soberanos temibles se asustarán al oír mi nombre; con el pueblo me mostraré bueno y, en la guerra, valeroso. Al volver a casa, descansaré a su lado, pues su trato no desazona, su intimidad no deprime, sino que regocija y alegra.
Esto es lo que yo pensaba y sopesaba para mis adentros: la inmortalidad consiste en emparentar con la sabiduría; su amistad es noble deleite; el trabajo de sus manos, riqueza inagotable; su trato asiduo, prudencia; conversar con ella, celebridad; entonces me puse a dar vueltas, tratando de llevármela a casa.
Yo era un niño de buen natural, dotado de un alma buena; mejor dicho, siendo bueno, entré en un cuerpo sin tara. Al darme cuenta de que sólo me la ganaría si Dios me la otorgaba -y saber el origen de esta dádiva suponía ya buen sentido-, me dirigí al Señor y le supliqué.
R/. Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos.
V/. En caso de que alguno de vosotros se vea falto de sabiduría, que se la pida a Dios, que da generosamente y sin echar en cara, y él se la dará.
R/. Invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos.
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