El Sínodo comienza: Palabra de Dios en el Domingo XXVII
–Está bien eso. Lo primero es la Palabra de Dios.–«En el principio era el Verbo» (Jn 1,1).
La lectura continua de la Biblia, tal como nos es ofrecida diariamente por la Iglesia, es sumamente recomendable. Hace años, hablando en dirección espiritual, un joven me dijo que se había decidido a leer la Biblia completa. –¿Y qué orden vas a seguir?, le pregunté. –Comenzando por el Génesis, hasta el Apocalipsis. Yo le recomendé entonces que leyera la Biblia siguiendo la lectio continua que hace de ella la Liturgia de la Iglesia, tanto en el leccionario del Misal romano, como en el Oficio de lectura de laLiturgia de las Horas. Las ventajas de este orden son muchas, como es el estar leyendo un día lo mismo que «toda la Iglesia», al menos la Iglesia latina, está leyendo en ese día.
Pero la razón fundamental es otra: nos conviene mucho ir leyendo aquellos textos de la sagrada Biblia que «hoy» quiere el Señor decir a sus hijos, y que la Santa Madre Iglesia nos da a leer. Es una maravilla ir escuchando y asimilando cada día «aquellas Palabras divinas concretas» que «hoy» quiere comunicarnos Dios, y que son por consiguiente don del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Seguro que Él nos dagracias especiales para entender y recibir esas palabras. Es obvio que su gracia nos asiste siempre que leemos cualquier texto de la Sagrada Escritura. Pero la realidad santificante del Año litúrgico, cuando es vivida en la fe profundamente, ha hecho que la tradición tan venerable de la lectio divina se centre siempre, o al menos preferentemente, en los textos diarios del Año litúrgico.
Hoy, pues, Domingo XXVII del Tiempo ordinario, en el ciclo B, justamente en el día en que comienza el santo Sínodo de la Familia, hallamos las siguientes lecturas –elijo algunas–, que haremos bien en leerlas orando y en recibirlas con la asistencia del Espíritu Santo en nuestro corazón, como tierra buena y fértil. Esto es lo hoy dice el Señor a su Iglesia. Y concretamente a los Padres sinodales:
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LITURGIA DE LAS HORAS - Oficio de lectura
Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a Timoteo (1,1-20)
Pablo, apóstol de Cristo Jesús por disposición de Dios, nuestro salvador, y de Jesucristo, nuestra esperanza, a Timoteo, verdadero hijo en la fe. Te deseo la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.
Al salir para Macedonia, te encargué que no te movieras de Efeso; tenías que mandarles a algunos que no enseñaran doctrinas diferentes ni se ocuparan de fábulas e interminables genealogías, cosas que llevan más a discusiones que a formar en la fe como Dios quiere. Esa orden tiene por objeto el amor, que brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera. Algunos han fallado en esto y se han dado a vanas palabrerías; pretenden ser maestros de la ley, cuando no saben lo que dicen, ni entienden de lo que dogmatizan.
Sabemos que la ley es cosa buena, siempre que se use legítimamente, sabiendo esto: que no ha sido instituida para el justo; está para los criminales e insubordinados, paralos impíos y pecadores, sacrílegos y profanadores, para los parricidas, matricidas y asesinos; para los fornicarios, invertidos y traficantes de personas, los mentirosos, perjuros y para todo lo demás que se oponga a la sana enseñanza según el Evangeliode la gloria de Dios bienaventurado, que me han confiado.
Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano.
Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y, por eso, se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Te encomiendo dar estas instrucciones, Timoteo, hijo mío, de acuerdo con las profecías pronunciadas anteriormente acerca de ti, para que apoyado en ellas,combatas este noble combate, armado de fe y de buena conciencia.
Palabra de Dios.
De la Regla pastoral de San Gregorio Magno, papa (Liturgia de las Horas, Oficio de lectura)
El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque, así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque, con frecuencia, acontece que hay algunos prelados poco prudentes, que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.
Por eso, el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar. Y también dice de ellos en otro lugar: No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, el día del Señor. Acudir a la brecha significa aquí oponerse a los grandes de este mundo, hablando con entera libertad para defender a la grey; y resistir en la batalla el día del Señor es lo mismo que luchar por amor a la justicia contra los malos que acechan.
¿Y qué otra cosa significa no atreverse el pastor a predicar la verdad, sino huir, volviendo la espalda, cuando se presenta el enemigo? Porque si el pastor sale en defensa de la grey es como si en realidad levantara cerco en torno a la casa de Israel. Por eso, en otro lugar, se dice al pueblo delincuente: Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas, y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte. Pues hay que tener presente que en la Escritura se da algunas veces el nombre de profeta a aquellos que, al recordar al pueblo cuán caducas son las cosas presentes, le anuncian ya las realidades futuras. Aquellos, en cambio, a quienes la palabra de Dios acusa de predicar cosas falsas y engañosas son los que, temiendo denunciar los pecados, halagan a los culpables con falsas seguridades y, en lugar de manifestarles sus culpas, enmudecen ante ellos.
Porque la reprensión es la llave con que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron. Por eso, san Pablo dice que el obispo debe ser capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios. Y, de manera semejante, afirma Malaquías: Labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina, porque es mensajero del Señor de los ejércitos. Y también dice el Señor por boca de Isaías: Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta.
Quien quiera, pues, que se llega al sacerdocio recibe el oficio de pregonero, para ir dando voces antes de la venida del riguroso juez que ya se acerca. Pero, si el sacerdote no predica, ¿por ventura no será semejante a un pregonero mudo? Por esta razón, el Espíritu Santo quiso asentarse, ya desde el principio, en forma de lenguas sobre los pastores; así daba a entender que de inmediato hacía predicadores de sí mismo a aquellos sobre los cuales había descendido.
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MISA
U Lectura del santo Evangelio según San Marcos (10,2-12)
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: –«¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: –«¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: –«Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio».
Jesús les dijo: –«Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios “los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo: –«Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio».
Palabra del Señor.
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Partiendo de los anteriores textos, señalo algunos puntos en referencia al Sínodo que se inicia.
1.– El lenguaje ambiguo nunca es católico, y en nuestro tiempo suele ser modernista, como ya lo denunciaron con especial precisión San Pío X (Pascendi) y Pío XII (Humani generis). En el Vademecum sobre la familia, elaborado por tres Obispos, respondiendo a 100 preguntas sobre el Sínodo, se indican el gran poder destructor de la fe católica que hay en el lenguaje ambiguo:
«“Personas heridas”, “misericordia”, “acogida”, “ternura”, “profundización”, son ejemplos de palabras que podrían sufrir un uso unilateral y simplista y, en ese sentido, tener una especie de efecto talismánico» (n.83). En números siguientes analizan los autores el falso sentido que puede darse en palabras como las citadas u otras semejantes –acompañar, reconocer, acoger– (87-92).«La “palabra-talismán” es un vocablo de suyo legítimo, de fuerte contenido emocional, escogido sobre todo para ser tan flexible y mutable, que pueda asumir varios signiûcados en función de los contextos en que es usado. Esta elasticidad lo vuelve susceptible de un uso propagandístico, sometiéndolo a eventuales abusos con fines ideológicos.[…] «Manipulada por la propaganda, la palabra-talismán asume significados siempre más próximos de las posiciones ideológicas para las cuales se desea trasbordar a los “pacientes”. Este procedimiento puede ser aplicado fácilmente, inclusive en el ámbito eclesial. En efecto, el uso de ciertas palabras más que otras puede empujar a los fieles asubstituir un juicio moral por uno sentimental, o un juicio substancial por uno formal,llegando a considerar como bueno, o por lo menos tolerable, lo que en el inicio era considerado malo» (84).
2.– Toda doctrina que no tenga fundamento en Biblia, Tradición y Magisterio apostólico no es católica, y en nuestro tiempo será normalmente modernista. El Concilio Vaticano II confiesa que esas tres fuentes están unidas de tal forma «que ninguna puede subsistir sin las otras» (Dei Verbum 10). Cuando se ignoran, o más aún, cuando se les contradice, como tantas veces ha sido hecho en público por algunos de los teólogos, Obispos y Cardenales que están presentes en el Sínodo, se profana el esplendor de la verdad católica con elocuentes y persuasivas palabras. Pero la verdad es que hablan y piensan como los hombres, no como Dios (Mt 16,23; cf. Is 55,8-9). En orden a la fe y a la vida cristiana, sin Biblia, Tradición y Magisterio, sus palabras no tienen más valor que el mugido de una vaca.
3. Es preciso recuperar en la práctica pastoral las grandes enseñanzas de la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia. Cuando en tantos escritos, catequesis, predicaciones y cursillos prematrimoniales se ha silenciado (o contradicho) durante medio siglo en tantas Iglesias locales –más acusadamente en las que hoy están agonizantes– verdades tan fundamentales como las que tiene la Iglesia sobre la soteriología (salvación-condenación), la grave maldad de la anticoncepción o del adulterio, la grandeza maravillosa del matrimonio indisoluble y abierto a la transmisión de la vida, etc. no puede alegarse para modificar el pensamiento y la práctica de la Iglesia que ésta se ha alejado mucho del pensamiento y de la vida del pueblo cristiano. Es un círculo muy vicioso. «El justo vive de la fe. La fe es por la predicación. Y la predicación, por la palabra de Cristo» (Rm 1,17;10,17). Hay que recuperar la voz de Cristo Maestro y de su esposa la Iglesia, Madre y Maestra.
4.– Si una parte muy grande del pueblo cristiano se ha alejado de la Eucaristía, siendo ésta, como sabemos «fuente y cumbre» de toda la vida cristiana personal y comunitaria, no es admisible la pretensión de cambiar la doctrina y la disciplina de la Iglesia sobre la familia y la moral de la vida sexual, alegando que no es posible para la mayoría de los católicos. Concretemos: los cristianos no-practicantes, los que no van a Misa los domingos, ni se confiesan nunca, ni comen el pan de vida, etc., «no tienen vida» en Cristo (Jn 6,53); quebrantan públicamente en forma habitual mandamientos de la Iglesia que obligan en conciencia gravemente, y son por tanto pecadores públicos –se entiende, en sentido objetivo– . No puede haber vida cristiana en un alejamiento habitual, voluntario y no necesario de la Eucaristía. Lo que hay es una apostasía potencial o actual.
En consecuencia no será posible recuperar la verdad y la dignidad santa del matrimonio y de la familia si no se restaura la vida cristiana. Éste ha de ser el empeño principal del Sínodo y el fin permanente de la Iglesia. Si la Iglesia, para que los cristianos pecadores puedan perseverar en su estado con buena conciencia, bajara la exigencia de los preceptos de Cristo, que en realidad son dones que el Espíritu Santo posibilita y facilita por la vida de la gracia, estaría cavando su propia tumba.
5.– No es posible llegar a un acuerdo entre católicos y modernistas. No es posible la comunión eclesial entre los católicos y aquellos que –niegan la existencia de actos intrínseca y gravemente pecaminosos; –estiman, pues, que el fin puede a veces justificar los medios; –consideran que en algunas circunstancias un segundo «matrimonio» (sic) es lícito y exige incluso guardarle fidelidad, de modo que el adulterio ha de ser considerado en ocasiones un regalo del cielo y un camino providencial para llegar a una mayor unión con Dios; –exigen a la Iglesia que considere lícita la anticoncepción, y en casos extremos también el aborto; –pretenden que la Iglesia reconozca y acepte la unión estable y sexualmente activa entre homosexuales o bisexuales; –y piensan, ignorando la fuerza de la gracia y del sacramento, que hoy no es viable la vida conyugal tal como la doctrina de la Iglesia la enseña.
No es posible un acuerdo sinodal entre católicos y modernistas. Y si se lograra finalmente mediante unas fórmulas ambiguas, sería un acuerdo modernista, falso, carente de la autoridad, claridad, precisión y esplendor propios de la verdad católica, la de Cristo y la Iglesia.
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Oremos, oremos, oremos. Oremos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Sólo en Dios está nuesra salvación. Pidamos la intercesión de la Santísima Virgen María y de todos los ángeles y santos, especialmente la de San Miguel arcángel. Creamos en la Iglesia, roca y fundamento de la verdad. Creamos en la asistencia omnipotente de Cristo Salvador a su esposa la Iglesia, alegres en la esperanza, sabiendo que su misericordia saca bienes hasta de nuestras miserias (Rm 8,28). Creamos con fe firme en la especial confortación en la fe que Cristo prometió a Pedro y a sus sucesores.
Deus nos adjuvet. Et Sancta Maria.
José María Iraburu, sacerdote
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