San Pío de Pietrelcina y su Rosario, siempre con él
Piedras del edificio eterno
San Pío de Pietrelcina, presbítero
(Edición 1994: II, 87-90, n. 8)
Mediante
asiduos golpes de cincel salutífero y cuidadoso despojo,
el divino Artífice
busca preparar piedras para construir un edificio eterno,
como nuestra madre,
la santa Iglesia Católica, llena de ternura,
canta en el himno del oficio de la
dedicación de una iglesia.
Y así es en verdad.
Toda
alma destinada a la gloria eterna puede ser considerada una
piedra constituida
para levantar un edificio eterno. Al constructor
que busca erigir una
edificación le conviene ante todo pulir lo mejor
posible las piedras que va a
utilizar en la construcción.
Lo consigue con el martillo y el cincel. Del mismo
modo el Padre celeste
actúa con las almas elegidas que, desde toda la
eternidad, con suma
sabiduría y providencia, han sido destinadas para la
erección de un
edificio eterno.
El
alma, si quiere reinar con Cristo en la gloria eterna, ha de ser
pulida con
golpes de martillo y cincel, que el Artífice divino usa para
preparar las
piedras, es decir, las almas elegidas. ¿Cuáles son estos
golpes de martillo y
cincel? Hermana mía, las oscuridades,
los miedos, las tentaciones, las
tristezas del espíritu y los miedos
espirituales, que tienen un cierto olor a
enfermedad, y las molestias
del cuerpo.
Dad
gracias a la infinita piedad del Padre eterno que, de esta manera,
conduce vuestra
alma a la salvación. ¿Por qué no gloriarse
de estas circunstancias benévolas
del mejor de todos los padres?
Abrid el corazón al médico celeste de las almas
y, llenos de
confianza, entregaros a sus santísimos brazos: como a los
elegidos,
os conduce a seguir de cerca a Jesús en el monte Calvario.
Con
alegría y emoción observo cómo actúa la gracia en vosotros.
No
olvidéis que el Señor ha dispuesto todas las cosas que arrastran
vuestras
almas. No tengáis miedo a precipitaros en el mal o en la
afrenta de Dios. Que
os baste saber que en toda vuestra vida nunca
habéis ofendido al Señor que, por
el contrario, ha sido honrado más y
más.
Si
este benevolentísimo Esposo de vuestra alma se oculta, lo hace no
porque quiera
vengarse de vuestra maldad, tal como pensáis, sino porque
pone a prueba todavía
más vuestra fidelidad y constancia y, además,
os cura de algunas enfermedades
que no son consideradas tales por
los ojos carnales, es decir, aquellas
enfermedades y culpas de las
que ni siquiera el justo está inmune. En efecto,
dice la Escritura:
«Siete veces cae el justo» (Pr 24, 16).
Creedme
que, si no os viera tan afligidos, me alegraría menos,
porque entendería que el
Señor os quiere dar menos piedras
preciosas... Expulsad, como tentaciones, las
dudas que os asaltan...
Expulsad también las dudas que afectan a vuestra forma
de vida,
es decir, que no escucháis los llamamientos divinos y que os resistís
a las dulces invitaciones del Esposo. Todas esas cosas no proceden
del buen
espíritu sino del malo. Se trata de diabólicas artes que
intentan apartaros de
la perfección o, al menos, entorpecer el camino
hacia ella. ¡No abatáis el
ánimo!
Cuando
Jesús se manifieste, dadle gracias; si se oculta, dadle gracias:
todas las
cosas son delicadezas de su amor.
Os deseo que entreguéis el espíritu con Jesús
en la cruz:
«Todo está cumplido» (Jn 19, 30).
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que concediste a san Pío, presbítero,
la gracia
singular de participar en la cruz de tu Hijo, y
por su ministerio renovaste las
maravillas de tu misericordia,
concédenos, por su intercesión, que,
compartiendo los sufrimientos
de Cristo, lleguemos felizmente a la gloria de la
resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.Amen
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