San Juan Pablo II y Teresa de Calcuta
A dos días de su partida a la Casa del Padre, el Papa
San Juan Pablo II, amigo personal de la religiosa, dedicó el rezo dominical del
Ángelus en la Plaza San Pedro a la madre Teresa de quien dijo lo siguiente:
"La querida Religiosa reconocida universalmente
como la Madre de los Pobres, nos deja un ejemplo elocuente para todos,
creyentes y no creyentes. Nos deja el testimonio del amor de Dios. Las obras
por ella realizadas hablan por sí mismas y ponen de manifiesto ante los hombres
de nuestro tiempo el alto significado que tiene la vida".
"Misionera de la Caridad. Su misión comenzaba
todos los días antes del amanecer, delante de la Eucaristía. En el silencio de
la contemplación, Madre Teresa de Calcuta escuchaba el grito de Jesús en la
cruz: tengo sed. Ese grito la empujaba hacia las calles de Calcuta y de todas
las periferias del mundo, a la búsqueda de Jesús en el pobre, el abandonado, el
moribundo".
"Misionera de la Caridad, dando un ejemplo tan
arrollador, que atrajo a muchas personas, dispuestas a dejar todo por servir a
Cristo, presente en los jóvenes".
"Ella sabía por experiencia que la vida adquiere
todo su valor cuando encuentra el amor y siguiendo el Evangelio fue el buen
samaritano de las personas que encontró, crisis y despreciada".
DISCURSO
DEL SANTO PADRE JUAN PABLO IIA LOS PEREGRINOS QUE HABÍAN PARTICIPADO
EN LA BEATIFICACIÓN DE LA MADRE TERESA DE CALCUTA
Lunes 20 de octubre de 2003
Venerados hermanos en el episcopado;
queridos Misioneros y Misioneras de la Caridad;
amadísimos hermanos y hermanas:
1. Os saludo cordialmente y me uno con alegría a vuestra acción de gracias a Dios por la beatificación de la madre Teresa de Calcuta. Yo estaba unido a ella por una gran estima y un sincero afecto. Por eso, me alegra particularmente encontrarme entre vosotros, sus hijas e hijos espirituales. Saludo de modo especial a sor Nírmala, recordando el día en que la madre Teresa vino a Roma para presentármela personalmente. Extiendo mi saludo a todas las personas que componen la gran familia espiritual de esta nueva beata.
2. "Misionera de la Caridad: esto es lo que fue la madre Teresa, de nombre y de hecho". Con emoción repito hoy estas palabras, que pronuncié al día siguiente de su muerte (Ángelus, 7 de septiembre de 1997, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de septiembre de 1997, p. 1).
Ante todo, misionera. No cabe duda de que la nueva beata fue una de las más grandes misioneras del siglo XX. De esta mujer sencilla, proveniente de una de las zonas más pobres de Europa, el Señor hizo un instrumento elegido (cf. Hch 9, 15) para anunciar el Evangelio a todo el mundo, no con la predicación sino con gestos diarios de amor a los más pobres. Misionera con el lenguaje más universal: el de la caridad sin límites ni exclusiones, sin preferencias, salvo por los más abandonados.
Misionera de la caridad. Misionera de Dios que es caridad, que siente predilección por los pequeños y los humildes, que se inclina sobre el hombre herido en el cuerpo y en el espíritu y derrama sobre sus llagas "el aceite de la consolación y el vino de la esperanza". Dios hizo esto en la persona de su Hijo hecho hombre, Jesucristo, buen Samaritano de la humanidad. Y sigue haciéndolo en la Iglesia, especialmente a través de los santos de la caridad. La madre Teresa resplandece de modo especial entre ellos.
3. ¿Dónde encontró la madre Teresa la fuerza para ponerse completamente al servicio de los demás? La encontró en la oración y en la contemplación silenciosa de Jesucristo, de su santo Rostro y de su Sagrado Corazón. Lo dijo ella misma: "El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; y el fruto del servicio es la paz". La paz, incluso junto a los moribundos, incluso en las naciones en guerra, incluso ante los ataques y las críticas hostiles. La oración colmó su corazón de la paz de Cristo y le permitió irradiarla a los demás.
4. Misionera de la caridad, misionera de la paz, misionera de la vida. La madre Teresa fue todas estas cosas. Habló siempre claramente en defensa de la vida humana, incluso cuando su mensaje no resultaba grato. Toda la existencia de la madre Teresa fue un himno a la vida. Sus encuentros diarios con la muerte, con la lepra, con el sida y con todo tipo de sufrimiento humano la hicieron testigo convincente del evangelio de la vida. Su misma sonrisa era un "sí" a la vida, un "sí" gozoso, nacido de una fe y un amor profundos, un "sí" purificado en el crisol del sufrimiento. Renovaba ese "sí" cada mañana, en unión con María, al pie de la cruz de Cristo. La "sed" de Jesús crucificado se convirtió para la madre Teresa en su propia sed y en la inspiración de su camino de santidad.
5. Teresa de Calcuta fue realmente madre. Madre de los pobres, madre de los niños. Madre de tantas muchachas y de tantos jóvenes que la tuvieron como guía espiritual y compartieron su misión. De una pequeña semilla el Señor ha hecho crecer un árbol grande y rico en frutos (cf. Mt 13, 31-32). Y precisamente vosotros, hijas e hijos de la madre Teresa, sois los signos más elocuentes de esta fecundidad profética. Conservad inalterado su carisma y seguid sus ejemplos, y ella, desde el cielo, no dejará de sosteneros en el camino diario.
Pero el mensaje de la madre Teresa, hoy más que nunca, se presenta como una invitación dirigida a todos. Toda su existencia nos recuerda que ser cristianos significa ser testigos de la caridad. Esta es la consigna de la nueva beata. Haciéndome eco de sus palabras, exhorto a cada uno a seguir con generosidad y valentía los pasos de esta auténtica discípula de Cristo. Por la senda de la caridad la madre Teresa camina a vuestro lado.
De corazón os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.
queridos Misioneros y Misioneras de la Caridad;
amadísimos hermanos y hermanas:
1. Os saludo cordialmente y me uno con alegría a vuestra acción de gracias a Dios por la beatificación de la madre Teresa de Calcuta. Yo estaba unido a ella por una gran estima y un sincero afecto. Por eso, me alegra particularmente encontrarme entre vosotros, sus hijas e hijos espirituales. Saludo de modo especial a sor Nírmala, recordando el día en que la madre Teresa vino a Roma para presentármela personalmente. Extiendo mi saludo a todas las personas que componen la gran familia espiritual de esta nueva beata.
2. "Misionera de la Caridad: esto es lo que fue la madre Teresa, de nombre y de hecho". Con emoción repito hoy estas palabras, que pronuncié al día siguiente de su muerte (Ángelus, 7 de septiembre de 1997, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de septiembre de 1997, p. 1).
Ante todo, misionera. No cabe duda de que la nueva beata fue una de las más grandes misioneras del siglo XX. De esta mujer sencilla, proveniente de una de las zonas más pobres de Europa, el Señor hizo un instrumento elegido (cf. Hch 9, 15) para anunciar el Evangelio a todo el mundo, no con la predicación sino con gestos diarios de amor a los más pobres. Misionera con el lenguaje más universal: el de la caridad sin límites ni exclusiones, sin preferencias, salvo por los más abandonados.
Misionera de la caridad. Misionera de Dios que es caridad, que siente predilección por los pequeños y los humildes, que se inclina sobre el hombre herido en el cuerpo y en el espíritu y derrama sobre sus llagas "el aceite de la consolación y el vino de la esperanza". Dios hizo esto en la persona de su Hijo hecho hombre, Jesucristo, buen Samaritano de la humanidad. Y sigue haciéndolo en la Iglesia, especialmente a través de los santos de la caridad. La madre Teresa resplandece de modo especial entre ellos.
3. ¿Dónde encontró la madre Teresa la fuerza para ponerse completamente al servicio de los demás? La encontró en la oración y en la contemplación silenciosa de Jesucristo, de su santo Rostro y de su Sagrado Corazón. Lo dijo ella misma: "El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; y el fruto del servicio es la paz". La paz, incluso junto a los moribundos, incluso en las naciones en guerra, incluso ante los ataques y las críticas hostiles. La oración colmó su corazón de la paz de Cristo y le permitió irradiarla a los demás.
4. Misionera de la caridad, misionera de la paz, misionera de la vida. La madre Teresa fue todas estas cosas. Habló siempre claramente en defensa de la vida humana, incluso cuando su mensaje no resultaba grato. Toda la existencia de la madre Teresa fue un himno a la vida. Sus encuentros diarios con la muerte, con la lepra, con el sida y con todo tipo de sufrimiento humano la hicieron testigo convincente del evangelio de la vida. Su misma sonrisa era un "sí" a la vida, un "sí" gozoso, nacido de una fe y un amor profundos, un "sí" purificado en el crisol del sufrimiento. Renovaba ese "sí" cada mañana, en unión con María, al pie de la cruz de Cristo. La "sed" de Jesús crucificado se convirtió para la madre Teresa en su propia sed y en la inspiración de su camino de santidad.
5. Teresa de Calcuta fue realmente madre. Madre de los pobres, madre de los niños. Madre de tantas muchachas y de tantos jóvenes que la tuvieron como guía espiritual y compartieron su misión. De una pequeña semilla el Señor ha hecho crecer un árbol grande y rico en frutos (cf. Mt 13, 31-32). Y precisamente vosotros, hijas e hijos de la madre Teresa, sois los signos más elocuentes de esta fecundidad profética. Conservad inalterado su carisma y seguid sus ejemplos, y ella, desde el cielo, no dejará de sosteneros en el camino diario.
Pero el mensaje de la madre Teresa, hoy más que nunca, se presenta como una invitación dirigida a todos. Toda su existencia nos recuerda que ser cristianos significa ser testigos de la caridad. Esta es la consigna de la nueva beata. Haciéndome eco de sus palabras, exhorto a cada uno a seguir con generosidad y valentía los pasos de esta auténtica discípula de Cristo. Por la senda de la caridad la madre Teresa camina a vuestro lado.
De corazón os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.
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