Nuestro
ministerio pastoral
San Gregorio Magno
San Gregorio Magno
Homilías
sobre los evangelios 17,3.14
Escuchemos lo que dice el Señor a los predicadores que
envía a sus campos: La mies es abundante,
pero los trabajadores son
pocos; rogad, pues, al Señor
de la mies
que mande trabajadores a su mies. Por
tanto, para una
mies abundante son pocos los trabajadores; al escuchar
esto, no
podemos dejar de sentir una gran tristeza,
porque hay que reconocer que, si
bien hay personas
que desean escuchar cosas buenas, faltan, en
cambio, quienes
se dediquen a anunciarlas.
Mirad cómo el mundo está lleno de sacerdotes,
y, sin
embargo, es muy difícil encontrar un trabajador
para la mies del Señor; porque
hemos recibido el
ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los
deberes de
este ministerio.
Pensad, pues, amados hermanos, pensad bien en lo que
dice el Evangelio: Rogad al Señor de la mies que
mande trabajadores a
su mies. Rogad también por
nosotros, para que nuestro trabajo en bien
vuestro sea fructuoso y para que nuestra voz no deje nunca de
exhortaros, no
sea que, después de haber
recibido el ministerio de la predicación, seamos
acusados ante el justo Juez por nuestro silencio.
Porque unas veces los
predicadores no dejan oír su
voz a causa de su propia maldad, otras, en cambio,
son los súbditos quienes impiden que la palabra de
los que presiden nuestras
asambleas llegue al pueblo.
Efectivamente, muchas veces es la propia maldad
la que
impide a los predicadores levantar su voz,
como lo afirma el salmista: Dios
dice al pecador:
«¿Por qué recitas mis preceptos?»
Otras
veces, en cambio, son los súbditos quienes
impiden que se oiga la voz de los
predicadores,
como dice el Señor a Ezequiel: Te pegaré la
lengua al
paladar, te quedarás mudo y no podrás
ser su acusador, pues son casa rebelde. Como
si
claramente dijera: «No quiero que prediques,
porque este pueblo, con sus
obras, me irrita hasta
tal punto que se ha hecho indigno de oír la exhortación
para convertirse a la verdad.»
Es difícil averiguar por culpa de quién deja de
llegar al
pueblo la palabra del predicador, pero, en cambio,
fácilmente se ve
cómo el silencio del predicador
perjudica siempre al pueblo y, algunas veces,
incluso al mismo predicador.
Y hay aún, amados hermanos, otra cosa, en la vida
de
los pastores, que me aflige sobremanera; pero,
a fin de que lo que voy a decir
no parezca injurioso
para algunos, empiezo por acusarme yo mismo de que,
aun
sin desearlo, he caído en este defecto, arrastrado
sin duda por el ambiente de
este calamitoso tiempo
en que vivimos.
Me refiero a que nos vemos como arrastrados a vivir de
una manera mundana, buscando el honor del
ministerio episcopal y abandonando,
en cambio,
las obligaciones de este ministerio.
Descuidamos, en efecto,
fácilmente el ministerio
de la predicación y, para vergüenza nuestra,
nos
continuamos llamando obispos; nos place el prestigio
que da este nombre, pero,
en cambio, no poseemos la
virtud que este nombre exige.
Así, contemplamos plácidamente
cómo los que están
bajo nuestro cuidado abandonan a Dios, y nosotros
no decimos
nada; se hunden en el pecado, y nosotros
nada hacemos para darles la mano y
sacarlos del abismo.
Pero, ¿cómo podríamos corregir a nuestros
hermanos,
nosotros, que descuidamos incluso nuestra
propia vida?
Entregados a las cosas
de este mundo, nos vamos
volviendo tanto más insensibles a las realidades del
espíritu, cuanto mayor empeño ponemos en interesarnos
por las cosas visibles.
Por eso, dice muy bien la Iglesia, refiriéndose a
sus
miembros enfermos: Me pusieron a guardar sus viñas;
y mi viña, la mía,
no la supe guardar.
Elegidos como guardas de las viñas, no custodiamos
ni
tan sólo nuestra propia viña, sino que, entregándonos
a cosas ajenas a
nuestro oficio, descuidamos los deberes
de nuestro ministerio.
La mies es abundante, y los obreros pocos:rogad, pues,
al dueño de la mies que mande obreros a su mies
Pueblo suyo, confiad en él, desahogad ante
él,
vuestro corazón. Que
mande obreros a su mies.
Final
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso
desbordas los méritos y
deseos de los que te
suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia,
para que
libres nuestra conciencia de toda inquietud
y nos concedas aun aquello que no
nos atrevemos
a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario