ASESINADOS EN YEMEN HACE 2 DÍAS.
RECEMOS POR ESTA CELEBRACIÓN DE MISIÓN CONTRA EL HAMBRE,
Y LA ACTIVIDAD MISONERA EN HISPANOAMERICA, SIN OLVIDAR LA
NECESIDAD DE IDÉNTICA ACCIÓN EVANGELIZADORA A EUROPA.
QUE LA SANGRE DE ESTAS MÁRTIRES MISIONERAS DE LA
CARIDAD SEAN FRUTO DE NUMEROSAS VOCACIONES.
QUE ELLAS DESDE EL CIELO, MÁRTIRES DE LA IGLESIA, RUEGUEN POR
TODOS.
»Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello
»Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la
Comentario: Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola, Lleida, España)
«Padre, pequé contra el cielo y ante ti»
Hoy, domingo Laetare (“Alegraos”), cuarto de Cuaresma, escuchamos nuevamente
este fragmento entrañable del Evangelio según san Lucas, en el que Jesús justifica su práctica
inaudita de perdonar los pecados y recuperar a los hombres para Dios.
Siempre me he preguntado si la mayoría de la gente entendía bien la expresión “el hijo
pródigo” con la cual se designa esta parábola. Yo creo que deberíamos rebautizarla con el
nombre de la parábola del “Padre prodigioso”.
Efectivamente, el Padre de la parábola —que se conmueve viendo que vuelve aquel hijo
perdido por el pecado— es un icono del Padre del Cielo reflejado en el rostro de Cristo:
«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó
efusivamente» (Lc 15,20). Jesús nos da a entender claramente que todo hombre, incluso el
más pecador, es para Dios una realidad muy importante que no quiere perder de ninguna
manera; y que Él siempre está dispuesto a concedernos con gozo inefable su perdón (hasta el
punto de no ahorrar la vida de su Hijo).
Este domingo tiene un matiz de serena alegría y, por eso, es designado como el domingo
“alegraos”, palabra presente en la antífona de entrada de la Misa de hoy: «Festejad a
Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría». Dios se ha
compadecido del hombre perdido y extraviado, y le ha manifestado en Jesucristo —muerto
y resucitado— su misericordia.
Juan Pablo II decía en su encíclica Dives in misericordia que el amor de Dios, en una historia
herida por el pecado, se ha convertido en misericordia, compasión. La Pasión de Jesús es la
medida de esta misericordia. Así entenderemos que la alegría más grande que damos a
Dios es dejarnos perdonar presentando a su misericordia nuestra miseria, nuestro pecado.
A las puertas de la Pascua acudimos de buen grado al sacramento de la penitencia,
a la fuente de la divina misericordia: daremos a Dios una gran alegría, quedaremos llenos
de paz y seremos más misericordiosos con los otros. ¡Nunca es tarde para levantarnos y
volver al Padre que nos ama!
este fragmento entrañable del Evangelio según san Lucas, en el que Jesús justifica su práctica
inaudita de perdonar los pecados y recuperar a los hombres para Dios.
Siempre me he preguntado si la mayoría de la gente entendía bien la expresión “el hijo
pródigo” con la cual se designa esta parábola. Yo creo que deberíamos rebautizarla con el
nombre de la parábola del “Padre prodigioso”.
Efectivamente, el Padre de la parábola —que se conmueve viendo que vuelve aquel hijo
perdido por el pecado— es un icono del Padre del Cielo reflejado en el rostro de Cristo:
«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó
efusivamente» (Lc 15,20). Jesús nos da a entender claramente que todo hombre, incluso el
más pecador, es para Dios una realidad muy importante que no quiere perder de ninguna
manera; y que Él siempre está dispuesto a concedernos con gozo inefable su perdón (hasta el
punto de no ahorrar la vida de su Hijo).
Este domingo tiene un matiz de serena alegría y, por eso, es designado como el domingo
“alegraos”, palabra presente en la antífona de entrada de la Misa de hoy: «Festejad a
Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría». Dios se ha
compadecido del hombre perdido y extraviado, y le ha manifestado en Jesucristo —muerto
y resucitado— su misericordia.
Juan Pablo II decía en su encíclica Dives in misericordia que el amor de Dios, en una historia
herida por el pecado, se ha convertido en misericordia, compasión. La Pasión de Jesús es la
medida de esta misericordia. Así entenderemos que la alegría más grande que damos a
Dios es dejarnos perdonar presentando a su misericordia nuestra miseria, nuestro pecado.
A las puertas de la Pascua acudimos de buen grado al sacramento de la penitencia,
a la fuente de la divina misericordia: daremos a Dios una gran alegría, quedaremos llenos
de paz y seremos más misericordiosos con los otros. ¡Nunca es tarde para levantarnos y
volver al Padre que nos ama!
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