Madre de los más pobres (Beata Teresa de Calcuta)
Ángel de la caridad
El 5 de septiembre de 1997 el presidente de la República Francesa, Jacques
Chirac, pronunció las siguientes palabras: Desde hoy hay en el
mundo menos amor, menos compasión y menos luz. El mundo está triste. El motivo de esta declaración: la muerte de una religiosa en la lejana
India, una monja que consoló a los pobres, a los que sufren y a los moribundos
como desafío y fuente de inspiración para todos los hombres. Una mujer que fue Premio Nobel de la Paz y que pasará a la historia como la santa
de los desamparados, de los apestados, de los más necesitados, de los
marginados, de los moribundos, de los pobres más pobres. Fue llamada ángel de la caridad y reconocida universalmente como
esperanza de los pobres. Su nombre: Teresa de Calcuta.
Esta frágil y enérgica mujer ha sido para nuestra generación consumista un
signo de contradicción. Su testimonio -totalmente evangélico- ha puesto en
evidencia que toda persona es digna de ser tratada con respeto al margen de su
condición económica; cuando levantó de la mugre de los callejones de Calcuta al
primer moribundo para ayudarle a encontrar la última paz estaba proclamando su
fe en el ser humano.
Ha sido signo de contradicción, porque ha gritado a las conciencias de los
ricos que no pueden estar dormidos ante las lágrimas de lo que sufren, y ha
sacado de su sopor a los buenos cristianos al ponerles ante sus ojos el grave pecado de la indiferencia, el triste
pecado de omisión que consiente que el mal crezca impunemente. Con su grito
silencioso -el ejemplo de humildad y de entrega- ha puesto en evidencia ante
una sociedad consumista la urgente necesidad de vivir en solidaridad con los
que sufren.
Pero sobre todo, la Madre Teresa de Calcuta ha sido una religiosa ejemplar,
cautivada por el Dios que la sacó de su casa y enamorada de un Cristo que desde
la Eucaristía a la Cruz se había entregado sin límites a sus hermanos los
hombres.
La Fundadora de la Congregación de las misioneras de la
Caridad es ya una de las grandes figuras de la
historia del siglo XX. Su ejemplo dejaba consternados a los progresistas de salón y a los críticos sistemáticos contra el
Vaticano. Se fotografiaba besando las manos del Papa, proclamaba la necesidad
de obedecer a ultranza las normas de la Iglesia y condenaba sin reparos el
aborto. De sus labios no salieron nunca palabras de reproche hacia nadie. Quiso
que sus monjas estuvieran preparadas para ser las criadas de los desheredados,
esclavas del Cristo que veían en el rostro de los mendigos.
A la hora de su muerte dejó una estela de simpatía y una llamada a la
conversión, a la solidaridad y, en definitiva, al amor a quien fue para ella el
amor de su vida, Jesucristo.
Vocación religiosa
La vida de Agnes Gonxha Bojaxhiu abarca casi todo el siglo XX. Nació el 26
de agosto de 1910 en la antigua ciudad albanesa de Skopje (hoy capital de la
República de Macedonia), en el seno de una familia católica. Recordando su
infancia, con orgullo decía: Mi madre era una santa mujer. Nos educó
unidos, en el amor de Jesús. Ella misma nos preparaba para la Primera Comunión.
De ella aprendimos a amar a Dios sobre todas las cosas. Desde niña -a los 12 años- sintió la llamada de la vocación religiosa y de
misión para ir a propagar el mensaje de amor de
Cristo. Y siendo aún una adolescente, con la
edad de 18 años, ingresó en Ratharnham, cerca de Dublín, en la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto, más conocida en todo el mundo con el nombre de las Damas Irlandesas. Era octubre de 1928. Seguir mi vocación fue un sacrificio que
Cristo nos pidió a mi familia y a mí, puesto que éramos una familia muy unida y
feliz, comentó años más tarde Teresa de
Calcuta.
En noviembre de ese mismo año sale en barco para la India. Llega a Calcuta
el 6 de enero de 1929. El noviciado lo realiza en Darjeeling, y hace la
profesión religiosa el 25 de mayo de 1931. El nombre que adopta al profesar es
el de Teresa,pero no fue el de Teresa la Grande. Yo elegí el nombre de
Teresa la Pequeña: la del Niño Jesús.
Durante varios años se dedica a la enseñanza. Da clase en St. Mary´s High
School, el único colegio católico de secundaria que había en Calcuta. Enseñar -dijo en una ocasión- es algo que, hecho por Dios, constituye una hermosa forma de apostolado.
Una nueva llamada de Dios
En 1946, dirigiéndose en tren hacia Darjeeling para hacer unos ejercicios espirituales,
recibe una nueva llamada de Dios. Y toma la decisión de dejar su Congregación y
dedicarse por completo a los más necesitados. Tengo que dejar el
convento y ayudar a los pobres viviendo entre ellos. Oigo la llamada a
abandonarlo todo y seguir a Cristo en las chabolas, a fin de servirle
entre los más pobres de los pobres. Es su voluntad y debo cumplirla, escribe por aquella
época.
No le resulta fácil convencer al arzobispo católico de Calcuta, Ferdinad
Periers, para poder abandonar las Irlandesas. Pero a principios de
1948, con el apoyo de su superiora y del propio papa Pío XII, es autorizada a
abandonar su Congregación. A partir de ese momento se dedicará a socorrer a los
hambrientos, a visitar a los enfermos y a acompañar a los moribundos abandonados
en las calles. Pronto se le unieron unas cuantas jóvenes -bastantes de ellas,
antiguas alumnas suyas-, que también querían luchar contra tanta pobreza que
les gritaba desde cada esquina y en cada recodo de los misérrimos barrios de
chabolas de Calcuta.
En 1950, Pío XII autoriza la Congregación de las
Misioneras de la Caridad, fundada por la Madre Teresa. Las monjas de la nueva
Congregación añaden a los clásicos votos de pobreza, castidad y obediencia, el
de entregar su vida exclusivamente a los más pobres y no aceptar recompensa
material por su trabajo. Teresa de Calcuta no las congregó para lanzarlas al
activismo o hacer de ellas defensoras inquietas de reivindicaciones de
supuestos derechos feministas. Quiso que se dedicaran a los más débiles e
indefensos, pero sin descuidar nunca la vida de piedad. En el discurso que
pronunció en el Congreso Eucarístico de Filadelfia, en el año 1976, habló del
inmenso trabajo de sus hijas, y dijo que sacan las fuerzas
necesarias para ese trabajo de la diaria adoración del Santísimo Sacramento, y
que sin una hora de adoración serían absolutamente incapaces de desarrollar su
tarea. Bien claro lo dejó dicho en una
entrevista: Somos, antes que nada, religiosas. No
somos trabajadoras sociales, ni maestras, ni enfermeras, ni doctores. Somos
hermanas religiosas, sirviendo a los pobres en nombre de Jesús.
Por todo el mundo
¿Por dónde empezar? Lo primero que hacen las Misioneras de la
Caridad es recoger a los recién nacidos
abandonados en las calles, en los vertederos o en las cunetas. Y de los niños a
los moribundos, cuando en 1952 la Madre Teresa se encuentra con una joven
herida y moribunda, con los pies roídos por las ratas, en una calleja. Para los
moribundos abre la Casa de los moribundos. Desde su fundación hasta la muerte de Teresa de Calcuta las Misioneras
de la Caridad han recogido sólo en Calcuta más de
30.000 personas que se estaban muriendo en las calles. Han vivido como animales, al menos que mueran como personas, solía decir su Fundadora.
Poco a poco, sus casas florecen y se extienden por toda la India: Sishu
Bhavan, residencia que acoge permanentemente a cientos de niños, que luego son
adoptados; Shantinagar, la primera leprosería, y luego otras muchas más. Pronto
la Congregación se va extendiendo por todo el mundo, desde Venezuela (la primera fundación
fuera de la India) hasta Estados Unidos -donde se abre un centro para enfermos
del sida-, Colombia, Perú, África o los países del Este. En plena época de
sequía vocacional, las monjas de la Madre Teresa aumentan sin cesar, a pesar de
la vida espartana que llevan.
Pese a su aparente fragilidad, la Madre Teresa fue vista en Armenia después
de un terremoto, en Etiopía durante una hambruna, en Camboya y Líbano en medio
de la guerra, en la antigua Unión Soviética tras el desastre nuclear de
Chernobil. Siempre estaba allí donde hubiera alguien a quien consolar. Su
silueta tocada con sarí blanco de bordes azules aparece en medio de todas las
tragedias.
Premio Nobel de la Paz
Con el transcurrir de los años, Teresa de Calcuta alcanza renombre mundial
y le empiezan a llover premios y condecoraciones. Entre otros, se le otorga en
1979 el Premio Nobel de la Paz. Para ella fue una sorpresa, pues aunque había
sido propuesta creía que nunca lo obtendría porque pensaba que el jurado estaba
dominado por protestantes, y ella sabía bien que su fidelidad a la moral
católica no era bien vista en sectores cristianos diversos. En Oslo, la gente
salió a recibirla a la calle. Al recoger el Premio sólo dijo: Personalmente, no lo merezco. Sólo he procurado ser una gota de esperanza
en un océano de sufrimiento. Pero si esta gota no existiese, el mar la echaría
en falta. Consiguió convencer a los organizadores
de la ceremonia del Nobel para que renunciasen a la celebración de la clásica
recepción y le entregasen la suma ahorrada para los pobres. Un año antes de su
muerte, el Gobierno de los Estados Unidos la honraba de una manera
absolutamente excepcional: concediéndole la nacionalidad estadounidense.
En una entrevista dijo: Acepto las invitaciones y los premios
por la gloria de Dios y el bien de la gente. Acepté el Premio Nobel de la Paz
por ese motivo, de otro modo nunca lo hubiera aceptado.
Fidelidad a la doctrina de la Iglesia
En ningún momento escondió su fidelidad a la Iglesia, de la que quiso ser
siempre una buena hija. En una ocasión un periodista le hizo una pregunta
relacionada con la jerarquía eclesiástica: ¿Qué habría hecho en
el siglo XVII si se le hubiera pedido tomar partido por la Inquisición o por
Galileo, qué hubiera elegido, la Iglesia o la astronomía moderna? La Madre Teresa respondió, con una sonrisa en los labios: La Iglesia.
Nunca se paró ante las dificultades a la hora de defender a los más
desgraciados y a los más indefensos. Fiel a la doctrina de la Iglesia, estaba
totalmente opuesta a toda forma de contraconcepción, y especialmente, al
horrendo crimen del aborto. Solía decir: Si no queréis esos
bebés, yo sí los quiero. Traédmelos a mí. Su condena al aborto fue siempre clara y
nítida: El aborto es un asesinato. Todo lo que
destruye una vida humana es contrario al amor, a los planes de Dios respecto a
cada una de sus criaturas, y a la concordia entre los hombres.
Con valentía declaró la guerra al aborto. Una guerra que dirigirá con
tesón, proclamando por todas partes, incluso en Oslo cuando se le entregó el
Nobel de la Paz, que hay que tener coraje de proteger al niño
que va a nacer, porque es el mejor presente de Dios a una familia, a un país y al
mundo entero.
En el X Congreso Internacional de la Familia, celebrado en Madrid, en
septiembre de 1987, la apertura corrió a cargo de la Madre Teresa. Su discurso,
claro y sereno, se centró una vez más en la defensa de la vida: El aborto ha destruido el gozo de la familia, ha roto la unidad. Toda madre
ha sido creada para ser el corazón del hogar, y si matara a su propio hijo ya
no queda nada de nada. En otra ocasión contó: Una mujer india me confesó, hace ocho años: “Cometí un aborto. Y aún hoy,
cada vez que veo a un niño en torno a la edad que hoy tendría mi hijo, tengo
que volver la cabeza. No puedo mirarle. Cada año, cada vez que veo a un niño de
seis, siete años, me digo: ¡Mi hijo tendría seis, siete años! Estaría aquí,
llevado de mi mano…”
También la Madre Teresa de Calcuta fue criticada y su labor caritativa
cuestionada. Acusada, en un documental difundido en el Canal 4 del Reino Unido,
de predicar el mensaje de que los pobres deben aceptar su destino, mientras que
los ricos y poderosos son favorecidos por Dios, ella respondió simplemente al
documental denigratorio de su figura con una frase evangélica: Perdónalos,
no saben lo que hacen.
Muerte santa
En 1989 sus fuerzas físicas empezaron a fallarle. Sufre una dolencia
cardíaca y se le ha de implantar un marcapasos. En 1991 es tratada en
California de un problema del corazón y una neumonía. Dos años después contrae
la malaria. Por motivos de salud decidió dejar la dirección de la Congregación
por ella fundada. Pero las Misioneras de la Caridad no aceptaron su dimisión. El relevo no se producirá hasta pocos meses antes
de la muerte de la Madre Teresa (13 de marzo de 1997), cuando fue elegida para
sucederle la Hermana Nirmala. Anteriormente, en 1996 recibe cuidados intensivos
por padecer problemas cardíacos y su vida corre grave peligro. El 5 de
septiembre de 1997 la Madre Teresa de Calcuta muere de un paro cardíaco a la
edad de 87 años.
Dos días después de su muerte, el papa Juan Pablo II le rinde un homenaje en
público. El Pontífice glosó el carácter extraordinario de su fe, la
universalidad de su ejemplo y su inolvidable magisterio espiritual. Me es grato recordar en este momento de oración -dijo- a la queridísima
hermana Madre Teresa de Calcuta, que hace dos días ha concluido su largo camino
terrenal. Misionera de la Caridad: ésta ha sido la Madre Teresa, de nombre y de
hecho, ofreciendo un ejemplo tan fascinante como para arrastrar consigo a
muchas personas dispuestas a dejarlo todo para servir al Cristo presente en los
pobres. Comenzaba todos los días antes del alba frente a la Eucaristía. En el
silencio de la contemplación, la Madre Teresa de Calcuta sentía resonar el
grito de Cristo en la Cruz: Tengo sed. Este grito, acogido en lo hondo del
corazón, la empujaba a las calles de Calcuta y de todos los suburbios de las
periferias del mundo a la búsqueda de Jesús en el pobre, en el abandonado, en
el moribundo. Universalmente reconocida como madre de los pobres, deja un
ejemplo elocuente para todos, nos deja el testimonio del amor de Dios, que
acogido por ella, le ha cambiado la vida en un don total a los hermanos. Las
obras que ha realizado hablan por sí solas y expresan a los hombres de nuestro
tiempo aquel alto significado de la vida que por desgracia parece a menudo
perderse. Siguiendo el Evangelio se ha hecho Buen Samaritano de toda persona
que ha encontrado, de toda existencia en crisis, sufriente, despreciada.
La verdad de Dios y la verdad del hombre
Es significativo el nombre de su obra Misioneras de la
Caridad. Su vida, su obra, es proclamación de la
verdad de Dios y de la verdad del hombre, aunadas en la persona de Jesucristo.
Y es que el amor es el lenguaje más verdadero sobre Dios y sobre el hombre,
quizás el único plenamente verdadero. Esto explica el comentario que un día
hizo un moribundo de Calcuta: No he visto a Dios ni necesito verlo,
porque para mí esta anciana es el Dios viviente. San Juan dejó escrito: Dios es amor, es caridad. Y así lo
entendió Teresa de Calcuta, que el centro de su vida fue la ayuda a los
necesitados, siguiendo las palabras de Cristo, recogidas en el Evangelio San
Mateo: Tuve hambre y me disteis de comer; tuve
sed, y me disteis de beber; forastero fui, y me disteis posada; desnudo, y me
vestiteis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a verme.
(…) Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo
hicisteis conmigo.
Mensaje a los jóvenes
Creados para amar bien podría ser el título de su mensaje
a los jóvenes:
El fruto del silencio es la oración. El fruto de la
oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el
servicio. El fruto del servicio es la paz.
Queridos jóvenes de hoy:
El mal más grande de nuestros días es la falta de amor y de caridad, la
terrible indiferencia hacia los hermanos y hermanas, hijos de Dios, nuestro
Padre Celestial, que viven marginados, presa de la explotación, de la
corrupción, de la pobreza y de la enfermedad. Puesto que la vida se abre ante
nosotros, pido al Señor que comprendáis cada vez más profundamente su auténtico
sentido.
Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, que es Amor. Hemos sido
creados por la mano de un Dios, Amor infinito, para amarlo y ser amados por Él.
Dios se hace uno entre nosotros, nuestro hermano Jesús, para ayudarnos a
comprender qué es el Amor, para enseñarnos a amar.
El servicio más grande que podéis hacer a alguien es conducirlo para que
conozca a Jesús, para que lo escuche y lo siga, porque sólo Jesús puede
satisfacer la sed de felicidad del corazón humano para la que hemos sido
creados.
La vida es un don maravilloso de Dios y todos han sido creados para amar
y ser amados. Ayudar a los pobres material y espiritualmente, más que un deber,
es un privilegio, porque Jesús, Dios hecho Hombre, nos ha asegurado: “Cuanto
hagáis a uno de estos hermanos míos más pequeños, me lo hacéis a mí”.
Cuando ayudamos a otras personas nuestra recompensa es la paz y el gozo, porque
hemos dado un sentido a nuestra vida y ya no estamos aislados.
No dejéis que falsas metas de la vida -dinero, poder, placer- os
conviertan en esclavos y os hagan perder el auténtico sentido de la vida.
Aprender a amar tratando de conocer cada vez más profundamente a Jesús, de
creer firmemente en Él, de escucharlo en la oración intensa y en la meditación
de sus palabras y de sus gestos, que revelan perfectamente el amor, y entraréis
en la corriente del Amor divino que hace partícipes a los otros del amor. Sólo
en el cielo veremos cuán grande es nuestra deuda hacia los pobres por habernos
ayudado a amar mejor a Dios.
Que Dios os bendiga.
El rostro de Jesús en los pobres
Hasta el final de su vida, con la salud minada, se levantaba a las cuatro
de la madrugada y trabajaba hasta después de la medianoche: más de veinte horas
diarias dedicadas a los pobres que, para ella -según sus propias palabras-, son Jesús que se esconde ahí: en los no queridos, en los no amados, en los
no atendidos, en los atacados por el sida, en los leprosos, en los enfermos
mentales. Servimos a Jesús en los pobres. Es a Él a quien cuidamos, visitamos,
vestimos, alimentamos y confortamos cuando atendemos a los pobres, a los
desheredados, a los enfermos, a los huérfanos, a los moribundos… Todo, todo lo
que hacemos -nuestra oración, nuestro trabajo, nuestro sufrimiento- es por
Jesús. Nuestra vida no tiene otra razón de ser, otra motivación.
Ante la nueva plaga -la enfermedad del sida- comentaba que debemos: rezar y perdonar. Perdonar cualquier mal. Algunos, el sida se lo han
buscado personalmente, pero otros se infectaron inconscientemente. Sabemos aún
poco de esa enfermedad. Comporta sufrimientos terribles, terribles. Sobre todo
cuando los enfermos están en la cárcel. Hace poco fui a visitar a dos enfermos
encarcelados. Me dijeron que no querían morir en la celda, querían que se les
sacase. Pedí permiso y conseguí hacerles salir. Pasado poco tiempo, uno de
ellos me dijo: “Madre, cuando tengo un terrible dolor de cabeza, lo comparto
con el dolor que tenía Jesús coronado de espinas; cuando sufro un fuerte dolor
de columna, lo comparto con Jesús azotado; cuando experimento un agudo dolor en
las manos y pies, lo comparto con el dolor de Jesús cuando lo clavaron en la
cruz”. Y este hombre pocos meses antes estaba condenado a cadena perpetua por
un crimen horrible. Ahora está muriendo y sabía compartir de una manera tan hermosa
los dolores y sufrimientos de Jesús. Fue muy hermoso ver este cambio en
un hombre cuya vida había sido para el pecado, ver cómo Dios le había
dado, a cambio, un tierno amor y perdón.
Testimonios
Otros testimonios que nos ha dejado Teresa de Calcuta son los siguientes:
En cierta ocasión, una mujer me habló de una familia
hindú con ocho hijos que no habían comido en varios días. Reuní inmediatamente
todo el arroz que pude y lo llevé a la casa. Aquellos niños estaban al borde de
la muerte por inacción y me recibieron con voces de alegría. Su madre cogió el
arroz, hizo dos mitades, repartió una a sus hijos y luego se marchó con la
otra. Cuando volvió, le pregunté: “¿Dónde has estado”. Y ella respondió: “Hay
una familia musulmana en la puerta de al lado, tienen también ocho hijos y
tampoco han comido en varios días, como nosotros”.
Quisiera contar la historia de una joven que no ganaba mucho dinero, pero
deseaba ayudar al prójimo sinceramente. Durante un año no llevó ni compró
maquillaje alguno y guardó el dinero que habría gastado en comésticos y ropa.
Al cabo de un año, me mandó el dinero ahorrado.
Existe una pobreza espiritual en los países ricos, e incluso pobreza material,
aunque sea menos visible. En todos ellos hay una muchedumbre de personas que
sufren soledad, desamor, enfermedades físicas y morales, que constituyen una
pobreza mayor que la material y más difícil de solucionar. Si alguien necesita
un pedazo de pan, basta ofrecérselo para saciarlo; si necesita descanso, basta
una cama. Pero ante un ser humano abandonado, despreciado, no basta la ayuda
material, se necesita una ayuda afectiva y espiritual que es mucho más difícil.
Daré un ejemplo de lo que es el hambre. Un niño recibió un trozo de pan de una
Hermana. Llevaba bastante tiempo sin comer. Observé que comía el pan migaja a
migaja. Le dije: “Sé que tienes hambre. ¿Por qué no comes el pan?” El pequeño
me contestó: “Quiero que dure más”. Tenía miedo de que, terminado el pan,
volviese a sentir hambre de nuevo. Por eso lo estaba comiendo migaja a migaja.
Una tarde salimos para recoger a cuatro personas que estaban en la calle. Una
de ellas se hallaba en muy malas condiciones. Dije a las Hermanas: “Vosotras,
atender a las otras tres, mientras yo me ocupo de la que parece que está en
peor estado”. Le di a aquella persona todo el amor que podía. La puse en una
cama, y en su rostro se dibujó una hermosa sonrisa. Me tomó de la mano y me
dijo una sola palabra: “Gracias”. Y a los pocos segundos expiró. Yo no podría
haberle ayudado sin haber hecho antes un examen de conciencia ante él. Me
pregunté a mí misma: “¿Qué habría dicho si hubiera estado en su lugar?” Y mi
respuesta fue muy simple: había querido que alguien reparara en mi persona.
Habría dicho: “Tengo hambre, estoy agonizando, tengo frío, estoy sufriendo”. O
algo por el estilo. Pero ella me dio mucho más: me dio su amor agradecido y
expiró con una sonrisa en los labios.
Hubo también un señor al que recogimos de las alcantarillas, medio comido por
los gusanos. Después de haberlo llevado a casa, dijo: “He vivido como un animal
en la calle, pero voy a morir como un ángel, amado y atendido”. Tras haberle
quitado todos los gusanos de su cuerpo, dijo con una gran sonrisa: “Hermana, me
estoy yendo a la casa de Dios”, y entregó su alma. Nos maravilló ver la
grandeza de ese hombre que podía hablar sin culpar a nadie, sin sentirse un
objeto. Como un ángel. Ésta es la grandeza de las personas que son
espiritualmente ricas, pero materialmente pobres.
Una luz para siempre encendida
El día de su muerte escribió un eclesiástico: Madre Teresa, tu
peregrinar de amor por este mundo ha terminado. Pero la luz que has encendido
entre nosotros brilla aún para todos los pobres de este mundo, para todos los
hombres. ¡Ojalá se extienda más y más, hasta llenar de amor la Tierra!
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