Se implora la visita de Dios
Is 63,19b-64,11
¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia, como un fuego que prende en los sarmientos o hace hervir el agua! Para mostrar a tus enemigos tu nombre, para que tiemblen ante ti las naciones, cuando hagas portentos inesperados. Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia.
Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas airado, y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas, y seremos salvos.
Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa.
Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano. No te excedas en la ira, Señor, no recuerdes siempre nuestra culpa: mira que somos tu pueblo. Tus santas ciudades son un desierto, Sión se ha vuelto un desierto, y Jerusalén un yermo.
Nuestro templo, nuestro orgullo, donde te alabaron nuestros padres, ha sido pasto del fuego, y lo que más queríamos está reducido a escombros. ¿Te quedas insensible a todo esto, Señor, te callas y nos afliges sin medida?
R/. Jerusalén, mi salvación está para llegar; ¿por qué te dejas abatir por la tristeza? ¿Es que no tienes consejero, que te atormenta el dolor? No temas, voy a salvarte y te libraré.
V/. Porque yo, el Señor, soy tu Dios; el Santo de Israel es tu salvador.
R/. No temas, voy a salvarte y te libraré.
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