Queridos amigos y hermanos del ReL:
Los que tenemos fe convivimos en el
mundo con personas que no tienen fe. En la sociedad hay personas que tienen
una conducta intachable y otras cuya conducta es reprochable. En nuestro
propio corazón, junto a los buenos deseos, aparecen los malos deseos. En
este 16º domingo durante el año, la parábola del trigo y la cizaña ilustra
nuestra condición humana. Por eso, la liturgia nos presenta a un Dios
compasivo y bondadoso, lento para enojarse, rico en amor y fidelidad.
La Liturgia de la Palabra se
presenta hoy como un himno a la misericordia de Dios y lleva a reflexionar
sobre este consolador atributo divino, para alimentar nuestra confianza en
el Señor y estimularnos a reproducirlo en nuestra conducta propia. El argumento
es introducido por la primera lectura (Sab 12, 13. 16-19): “Tú poder es el
principio de la justicia, y tu sabiduría universal te hace perdonar a
todos… Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación, tú nos gobiernas con
gran indulgencia… Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser
humano (ib 16. 18-19). Con frecuencia entre los hombres la fuerza acaba con
la justicia y ahoga la indulgencia; no así en Dios, cuyo poder es también
fuente de justicia y de misericordia, y se identifica con ellas. Así templa
los justos castigos con una espera clemente, para dar a los hombres “lugar
al arrepentimiento” (ib 19).
El mismo tema se ilustra de forma
concreta en la parábola evangélica del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-43). El
que habla no es ya el autor del libro de la Sabiduría, sino Jesús,
Sabiduría encarnada: “El Reino de los Cielos se parece a un hombre que
sembró buena semilla en su campo” (ib 24). Pero de noche el enemigo siembra
cizaña, la cual pronto se apodera del grano; y cuando los criados proponen
al señor arrancarla, éste lo impide: “No, que podríais arrancar también el
trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la ciega” (ib 29-30).
Un labrador no razonaría así:
escardaría el grano para librarlo de la mala hierba. Es que no se trata de
una lección de agricultura, sino de mostrar cuál es la actitud de Dios
frente a los buenos y a los malos. En la explicación de la parábola se dice
que “el campo es el mundo”, donde Jesús, el Hijo del hombre, siembra el
reino de los cielos. “La buena semilla son los ciudadanos del Reino; la
cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el
diablo” (ib 38-39).
En este mundo el Reino de los cielos
está en fase de evolución y crecimiento, por eso no hay separación neta
entre buenos y malos; Dios no la quiere, y permite que vivan los unos junto
a los otros sea para probar a los primeros y consolidarlos en la virtud,
sea para dar tiempo a los segundos de convertirse, y aun porque no se
excluye que en un momento dado la buena semilla degenere en cizaña. Así
como en esta vida nadie es definitivamente partidario del Maligno, pues
siempre puede apartarse del mal, tampoco es nadie definitivamente ciudadano
del Reino, ya que por desgracia puede pervertirse.
La parábola, pues, es una invitación
a todos a la vigilancia, a no dejar pasar en vano la hora de la gracia y a
estar prontos para la siega, porque “lo mismo que se arranca la cizaña y se
quema, así será el fin del tiempo”. Entonces “todos los corruptores y
malvados” serán arrojados “al horno encendido”, mientras “los justos
brillarán como el sol en el Reino de su Padre” (ib 40-43). La indulgencia
misericordiosa de Dios se cambiará un día en juicio irrevocable para los
que se obstinaron en el mal.
Entretanto los “ciudadanos del
Reino” son invitados a imitar la misericordia del Padre celestial aceptando
pacientemente las dificultades provenientes de la convivencia con los enemigos
del bien y tratándolos con bondad fraterna en la esperanza de que, vencidos
por el amor, cambien de conducta.
Se debe también recurrir a la
oración, para que Dios ponga un dique a la inundación del mal y defienda a
sus hijos del contagio; el cómo hay que dejárselo a él. Viene, pues, muy a
propósito la palabra de san Pablo (Rom 8, 26-27 - segunda lectura):
“Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene”; pero el Espíritu Santo lo
sabe; y pues “su intercesión por los santos es según Dios”, hay que dejar
la causa del bien en sus manos.
Les dejo otro texto, no el que se
presenta en la Misa de hoy del libro de la Sabiduría, que es una reflexión
orante sobre lo que estamos meditando: “Señor, te
compadeces de todos porque todo lo puedes y disimulas los pecados de los
hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y nada de lo que
hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y, ¿cómo
podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no
la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que
amas la vida, pues tu espíritu imperecedero está en todas las cosas. Por
eso mismo gradualmente castigas a los que caen; les amonestas despertando
la conciencia de sus pecados para que se aparten del mal y crean en ti,
Señor” (Sabiduría, 11,
23-26; 12, 1-2).
Hacemos nuestros los sentimientos de
la Santa Abulense: “¡Qué mal pagamos
tu amistad, Señor, pues tan presto nos tornamos enemigos mortales! Por
cierto que es grande tu misericordia. ¿Qué amigo hallaremos tan sufrido? Y
aun una vez que acaezca esto entre dos amigos, nunca se quita de la memoria
ni tornan a tener tanta amistad como antes. Pues ¿qué de veces serán las
que faltamos en la tuya de esta manera, y qué de años nos esperas de esta
suerte? Bendito seáis Vos, Señor Dios mío, que con tanta piedad nos lleváis
que parece olvidáis vuestra grandeza para no castigar, como sería razón,
traición tan traidora como ésta” (Santa Teresa de
Jesús, Conceptos del amor de Dios, 2, 19).
“¿Quieres que vayamos a
arrancarla?”. “No -les dijo el dueño-, porque, al arrancar la cizaña,
corren el peligro de arrancar también el trigo”. Así nos aconseja Jesús.
Hermanos: La liturgia de hoy es consoladora. Vemos cómo Dios sabe esperar y
nos colma con la feliz esperanza del arrepentimiento y el perdón. Porque
nuestro Dios es compasivo y bondadoso, lento para enojarse y rico en amor y
fidelidad.
Con mi bendición.
Padre José Medina
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