Luz, resplandor y gracia en la Trinidad y por la Trinidad
San Atanasio, obispo
San Atanasio, obispo
Carta 1 a Serapión 28-30
Siempre resultará provechoso esforzarse en profundizar el contenido de la antigua tradición, de la doctrina y la fe de la Iglesia católica, tal como el Señor nos la entregó, tal como la predicaron los apóstoles y la conservaron los santos Padres. En ella, efectivamente, está fundamentada la Iglesia, de manera que todo aquel que se aparta de esta fe deja de ser cristiano y ya no merece el nombre de tal.
Existe, pues, una Trinidad, santa y perfecta, de la cual se afirma que es Dios en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que no tiene mezclado ningún elemento extraño o externo, que no se compone de uno que crea y de otro que es creado, sino que toda ella es creadora, es consistente por naturaleza, y su actividad es única. El Padre hace todas las cosas a través del que es su Palabra, en el Espíritu Santo. De esta manera, queda a salvo la unidad de la santa Trinidad. Así, en la Iglesia se predica un solo Dios, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo.
San Pablo, hablando a los corintios acerca de los dones del Espíritu, lo reduce todo al único Dios Padre, como al origen de todo, con esas palabras: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
El Padre es quien da, por mediación de aquel que es su Palabra, lo que el Espíritu distribuye a cada uno. Porque todo lo que es del Padre es también del Hijo; por esto, todo lo que da el Hijo en el Espíritu es realmente don del Padre. De manera semejante, cuando el Espíritu está en nosotros, lo está también la Palabra, de quien recibimos el Espíritu, y en la Palabra está también el Padre, realizándose así aquellas palabras: El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él. Porque, donde está la luz, allí está también el resplandor; y, donde está el resplandor, allí está también su eficiencia y su gracia esplendorosa.
Es lo que nos enseña el mismo Pablo en su segunda carta a los Corintios, cuando dice: La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros. Porque toda gracia o don que se nos da en la Trinidad se nos da por el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo. Pues, así como la gracia se nos da por el Padre, a través del Hijo, así también no podemos recibir ningún don si no es en el Espíritu Santo, ya que, hechos partícipes del mismo, poseemos el amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión de este Espíritu.
Llenos de alegría, adoremos y glorifiquemos al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
- - Padre santo, a nosotros, que no sabemos pedir lo que nos conviene, dígnate darnos el Espíritu Santo,
para que venga en ayuda de nuestra debilidad e interceda por nosotros según tú. - - Hijo de Dios, que pediste al Padre que diera a tu Iglesia el Defensor,
haz que el Espíritu de la verdad esté siempre con nosotros. - - Ven, Espíritu Santo, y comunícanos tus frutos; el amor, la alegría, la paz, la comprensión, la servicialidad, la bondad,
la lealtad, la amabilidad, el dominio de sí, la sobriedad, la castidad. - - Padre Todopoderoso, que enviaste a nuestros corazones el Espíritu de tu Hijo que clama "¡Abba, Padre!",
haz que nos dejemos llevar por el Espíritu, para que seamos herederos tuyos y coherederos con Cristo. - - Cristo, que enviaste el Defensor, que procede del Padre, para que diera testimonio de ti,
haz que nosotros también demos testimonio de ti ante los hombres.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
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