SANTA ISABEL DE HUNGRÍA
Era hija de Andrés, rey de Hungría, y nació el año 1207; siendo aún niña, fue dada en matrimonio a Luis, landgrave de Turingia, del que tuvo tres hijos. Vivía entregada a la meditación de las cosas celestiales y, después de la muerte de su esposo, abrazó la pobreza y erigió un hospital en el que ella misma servía a los enfermos. Murió en Marburgo el año 1231.
Himno
La mujer fuerte
puso en Dios su esperanza:
Dios la sostiene.
Hizo del templo su casa;
mantuvo ardiendo su lámpara.
En la mesa de los hijos,
hizo a los pobres un sitio.
Guardó memoria a sus muertos;
gastó en los vivos su tiempo.
Sirvió, consoló, dio fuerzas;
guardó para sí sus penas.
Vistió el dolor de plegaria;
la soledad, de esperanza.
Y Dios la cubrió de gloria
como de un velo de bodas.
La mujer fuerte
puso en Dios su esperanza:
Dios la sostiene. Amén.
puso en Dios su esperanza:
Dios la sostiene.
Hizo del templo su casa;
mantuvo ardiendo su lámpara.
En la mesa de los hijos,
hizo a los pobres un sitio.
Guardó memoria a sus muertos;
gastó en los vivos su tiempo.
Sirvió, consoló, dio fuerzas;
guardó para sí sus penas.
Vistió el dolor de plegaria;
la soledad, de esperanza.
Y Dios la cubrió de gloria
como de un velo de bodas.
La mujer fuerte
puso en Dios su esperanza:
Dios la sostiene. Amén.
Isabel reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres
Conrado de Marburgo
Conrado de Marburgo
De una carta escrita por el director espiritual de santa Isabel
(Al Sumo Pontífice, año 1232:
A. Wyss, Hessisches Urkundenbuch 1, Leipzig 1879,31-35)
Pronto Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había
sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente remedio de los hambrientos.
Mandó construir un hospital cerca de uno de sus castillos y acogió en él gran cantidad
de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna les
otorgaba ampliamente el beneficio de su caridad, y no sólo allí, sino también en
todos los lugares sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo
todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vio
obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos.
Tenía la costumbre de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces al día,
por la mañana y por la tarde, curando también personalmente a los más repugnantes,
a los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos
muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con
malos ojos todas estas cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la
máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a
mendigar de puerta en puerta.
En el mismo día del Viernes santo, mientras estaban denudados los altares, puestas las
manos sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes
menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad,
a todas las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio,
aconsejó abandonar. Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la
agitación del mundo y por la gloria mundana de aquel territorio en el que,
en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo,
aun en contra de mi voluntad: allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio
acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados.
Afirmo ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan intensa
juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más
de una vez cómo, al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de
un modo admirable y de sus ojos salían como unos rayos de sol.
Antes de su muerte, la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de disponer de sus
bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres
todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de
la pobre túnica que vestía y con la que quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo
del Señor y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que había
oído en la predicación: finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción
a todos los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente.
R/. Has obrado con valor, y tu corazón se ha hecho fuerte, porque amaste la castidad. Por eso, serás bendita eternamente.
V/. Tus oraciones y tus limosnas han llegado hasta Dios y las tiene presentes.
R/. Por eso, serás bendita eternamente.
Final
Oremos:
Oh Dios, que concediste a santa Isabel de Hungría la gracia de reconocer y venerar en los pobres a tu Hijo Jesucristo, concédenos, por su intercesión, servir con amor infatigable a los humildes y a los atribulados. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
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